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sábado, 25 de julio de 2009

¡Feliz Cumpleaños, Saltillo!

Hoy 25 de Julio, día de Santiago Apóstol, Saltillo cumplirá 432 años de existir.


Es una costumbre saltillense emular las pocas cosas que se tienen a nuestro alrededor, como el clima benigno que antes caracterizaba la ciudad y que ahora nosotros mismos extrañamos. Como la Alameda que exhala ira por tantos árboles talados y otros nuevos que apenas y se pueden sostener de su raquítico e incipiente tronquito. Como el desmantelamiento de su alfombra perennemente grisácea, esa cantera que ya no está porque ahora hay un suelo falso. Como su Lago de la República, mejor conocido como el Lago de los Patos que no tiene agua y huele mal. Como la calle de Victoria que fue remodelada y ya no fue lo mismo, o la Catedral más kitsch —y la más hermosa, a ojos de una cuerva servidora— que ahora presenta paredes lisas en su fachada, bótox al barroco que dieron forma las manos de centenares de constructores, muchos de los cuales morían en las alturas, junto a las campanas sacras y sin un futuro bueno para legar a su familia.


Mi Saltillo se ha convertido en un Six Flags con tanto puente nuevo, pero hasta eso, se ven simpáticos los puentecitos. He aprendido a sortear mis paseos y mis recorridos laborales esquivando pozos de las construcciones que aún permanecen trabajando, recarpeteando o modificando el sentido de las calles. Observo los boquetes como si de una Luna se tratara, y hasta me dan ganas de decirles a los de la Nasa que vengan aquí a filmar el regreso a la Luna después de 40 años.


Pero soy sencilla: no imagino a más gente extraña que no sepa apreciar una buena tarde en una Plaza de Armas que ya no es la misma desde no sé cuándo, pero que yo la veo igual de hermosa que siempre, porque me hace sentir la misma niña de pants rosa con azul a la que le tomaron una polaroid con su familia una mañana soleada de sábado invernal. Tampoco imagino a los gringos entendiendo las pláticas extendidísimas que se observan en los cafés tradicionales y los nuevos que se han ido agregando. Ni qué decir de la posibilidad de entender una velada de guitarras entre los meses de junio y julio con la brisa de un Museo de las Aves que tiene pájaros disecados —y que procuro no ver— pero que aún suena a pisadas de soldados y a gente sapiente del Congreso Local (antes sí tenían seso a la hora de legislar). A uno que otro beso que resuena por ahí.


Saltillo es un híbrido entre la modernización muy al american style y un Centro Histórico que lo mismo tiene una casa estilo inglés que casonas hechas de cantera y adobe. Huele a fábricas por las mañanas al norponiente, a café recién tostado hacia el centro, a humo de camiones mal afinados hacia todos lados, a centros comerciales grandotes, a un Parque Madero que truena cuetes cuando inicia la temporada de los saraperos, a gente que es héroe —los bomberos de por mi casa, por ejemplo— sin que nadie les pida una camiseta autografiada por serlo.


Quiero a mi ciudad no porque haya nacido en ella, sino porque me ha costado mucho crecer en su seno. Es un lugar algo enigmático que lo mismo te acaricia un día y al siguiente no te reconoce como propio. Pero juro que en ninguna otra ciudad podría vivir este idilio como lo hago aquí. A pesar de los nombres, de las circunstancias, de las carencias, de las abundancias, Saltillo es principalmente su arquitectura sui géneris y la gente de mucho tiempo que la habita, hijos mestizos de tlaxcaltecas y españoles que lo mismo aplauden una presentación de un ballet folklórico que una presentación de baile flamenco.


Saltillo es así: música que corre en desbandada por los huecos de sus callejones y como queriendo ser jazz, Bach, colombiana, ópera, norteña, reguetonera, beatleriana, metalera y demás géneros. Tiene nombre gracioso por referirse a un pequeño ojo de agua que todavía da agua dulce, allá por el sur de la Ciudad. Y para el escritor Jesús de León, la palabra Saltillo jamás debería ser usada dentro de un poema porque rima con palabras algo despectivas. Pero yo sé que a él le suena tan bonito como me suena a mí, y no por su sonido, sino por su simbolismo: la libertad.


Siempre libre y siempre saludando quitándose el sombrero, aunque ya casi nadie lo lleve puesto. Siempre hospitalaria pero alerta por si es necesario tornarse hostil: después de todo, los chichimecas dejaron sus deidades y sus espíritus cuando vinieron a conquistarlos. Dicen que entre más uno pise el suelo de una ciudad con más fuerza se levanta la vibra del primero que lo haya poseído en una noche cualquiera, pero llena de estrellas que todavía se pueden ver.


Feliz cumpleaños, Saltillo, tierra solitaria y Edén.

6 comentarios:

Víctor Mendoza dijo...

Felicidades Saltillo!!!!!!!

Más flores, más ixtle, más cerros con cruci-fijos, de galeras, lechuguilla y favelas de cobre en su regazo...celebrando la V de la victoria en el recuerdo de los cazos de plástico y cacerolas de peltre esmaltado machacadas por la cajeta del perón "custoriada" en cenefas multi-co-olores de sarape tlaxcalteca e irritila...

Parabienes Saltillo...

Abrazos Marlén!!!

Víctor Mendoza.

mike dijo...

Felicidades!!! Espero un día tener la oportunidad de conocer por allá

Besos

Moka Hammeken dijo...

Felicidades que bello día y que bellas palabras le dedican.

Todo un tour literario por sus calles estimulando los sentidos.

se me quedaron impregnadas varias ideas pero dejémoslas para cuando tenga la oportunidad de visitar.

Saludos

Marlén Curiel-Ferman dijo...

Gracias, Víctor! Y la mariposa de lechuguilla voló feliz ese día que Saltillo cumplió 432 años.

PD: Sabías que Saltillo nació el día del No tiempo, el día del Arte?

Ah, verdad???

Marlén Curiel-Ferman dijo...

Claro, mi querido Mijail!

Cuando gustéis venir, aquí tiene una casa.

Besos!

Marlén Curiel-Ferman dijo...

Mo Ka:

Ojalá sea muy pronto!

El otro día me imaginé la playa con las chelas... (bueno, yo no tomo, pero igual me las imaginé) qué ricoooo! Quiero nadarrrr.

Besos.