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jueves, 29 de septiembre de 2011

Notas a catorce días

I

Ayer soñé que escribía en la tela del lenguaje de todos los tiempos. Lo hice con vidrios multicolores, mi saliva era el pegamento de cada letra. Ayer soñé que las palabras de mi mundo se volvían una melodía. Y era agridulce. Y no solía morir, a pesar de la hora anunciada del despertar.

II

¿Por qué será que las notas de un piano -Liszt- a esta hora caen sobre mí como la gota agridulce que cierra el día? ¡Si tan solo hubiera nacido piano y no mujer! Cuántas cosas no hablaría por cantarlas, cuántas historias no sonarían en mí en vez de verlas.

III

Églogas sin estructura desde la voz de una urbana que jamás ha visto el cielo en despoblado para desmitificar el aura prístina de los campos. La fábrica, el tren. Es la reminiscencia de un siglo de luz, lo que se oye y se ve. Y con eso canto esta noche: no hay campo sin desolación, no hay vida nueva sin edificios que hablan y se iluminan solos.

IV

Dicen que el viento de otoño, si lo bebes de frente, te aclara las ideas. A mí me hundió la sangre misma, hace rato que lo tomé. Se me incrustó en el único papel que me sigue donde voy: la piel. Me dijo que no habría por qué temerle a la nada, si nada es con lo que he nacido y nada es lo que me llevaré a la hora de morir.




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