Te di mi rosario de cuarzo de Real de Catorce, el único rosario en el que creo: debe ser porque en ese lugar el orden cósmico regresa, borrando las leyes divinas de barro humano. Lo hice entre el tumulto de la gente embriagada de un frenesí propio del animal en cautiverio. Te recé no sé qué palabras y besaste mi mano. Vino a mi mente una serie de recuerdos prestados, llenos de horror y desesperanza. Vi tu cabello menos cano y tu mano limpia de sellos de pasaportes interestatales, rancherías y sueños de madera podrida. Que la luz te proteja, dije. Y lloré en medio de la calle Juárez, entre amarillos y naranjas hiperbolizados, una primavera-verano exacerbada en sus jugos y olores, el tercer viernes de junio.
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