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domingo, 24 de junio de 2012

Tren

Ya suena el tren de las tres de la mañana, el mismo que me dijo a gritos los cuentos cuando tenía nueve años y sufría cargo de conciencia por los actos de mis superiores, en cada una de las instituciones a las que pertenecí. Llega con su canto dolorido, cansado, pero siempre lleno de regalos para mí: sabe que lo único que me pondría triste, si dejara mi ciudad algún día, sería alejarme de él. Estoy enamorada. Siempre lo he estado. Del tren y de su maldita costumbre de sonar justo cuando el galán de la telenovela de las diez le dice a la protagonista llorona que siempre no son hermanos, cuando la Selección mete gol en los mundiales, cuando el Padrino guarda en cada navidad los secretos de la mafia, cuando algún político es muerto, cuando te dan una dieta falsa para quitarte las estrías de los senos y las nalgas o cuando descubren al asesino estereotipado en las pelis del cable. 

Ya suena el tren como cántico de serafines, reclamando un lugar que no sea otra vez el infierno (para él, las prolongadas vías del tren es una invitación a la locura, no al progreso que alguien predijo), prometiéndome que moriré de vieja y sola, porque al reconocerme su amante corro la misma suerte de cantar como él, cada noche, a las tres de la mañana.

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