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domingo, 10 de junio de 2012

Pañuelo y postal

Saqué, cuando hacía mi maleta para mi viaje de mayo, el pañuelo de Miguel, y no lo he vuelto a guardar. Está ahorita conmigo, mientras escribo esto y me pongo a pensar que los recuerdos a veces no se quedan en la memoria, sino en las repisas, cuidándolo a uno en vez de que seamos nosotros quienes los cuidemos: de no ser porque he dormido poco, juraría que el pañuelo camina por las noches, me rellena el vaso de agua y me cuenta historias cortas para que olvide a la Baba Yaga de Margarita y mañana crea en la posibilidad del género humano.

Hay voces que no se olvidan y objetos que se encargan de refrescarnos la memoria. Yo no lo necesitaba, papá. En mi cara veo al osado que murió antes de ser un estorbo. Pero tenerte aquí conmigo me da en cierto sentido la paz que a veces pierdo a ratos. Tu pañuelo se convierte todos los días (desde que te dejé afuera del cajón) en tu postal: tú estás bien, yo estaré bien, la vida no es un proceso, no valen los términos jurídicos. Tampoco es un carnaval, no hay que hacernos los ilusos. La vida es un  juego, papá. Uno como tu risa.

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