Sucumbí al Facebook:

martes, 22 de octubre de 2013

El siglo XXI (ya sé que van a decir: ahí va esta de nuevo con su siglo XXI) es así, fomenta el prurito ante el elogio sincero y pone en práctica una admirable, pero negativa, actitud de retraimiento y autodefensa. El siglo XXI, además, es el más prejuiciado en expresiones no intelectuales (que no por ello deben ser afectivas ni mucho menos provenir de las tarjetas HallMark) y estéticas: apenas le dices a una mujer que tiene un cabello hermoso y al día siguiente te mirará con recelo: hay una lesbiana a la vista, o peor aún, hay indicios de una sicópata que arranca cabelleras para hacerse pelucas. Si le externas tu opinión positiva de su personalidad a alguien, de inmediato lo tomará con una suspicacia tan negativa que por su cualidad insta, desde luego, al desaliento: no es posible que el intelecto, en estos tiempos todavía, sea incapaz de recibir una palabra cierta, desprovista de dobles intenciones.

Los discursos intertextuales están viciados hasta el hartazgo y propician la inclemencia del ego ante la verdad maravillosa del ser, esa mitad que todo el mundo obvia porque se siente más rico atizar la parte cruel que todos llevamos dentro. Lo veo en el FB, en las pláticas cotidianas, en los abrazos que te parten la madre y el lomo: la amistad, el reconocimiento y la admiración se expresan en términos de arrogancia, insulto, burla y sarcasmo. 

Definitivamente no pienso hacer algo para fomentar la confianza en el ejercicio del elogio limpio, el nacido, más que de buenas intenciones, de un criterio libre de necedades. Pero sí pienso continuar con mi raro mecanismo, heredado del siglo XX, de observar y reconocer las virtudes de quienes me rodean. A lo mejor por eso los sistemas no se acaban de ir, ni siquiera nosotros mismos confiamos ya en nosotros. Ergo, la rigidez exasperante... 

También pienso continuar en mi búsqueda de un viaje de regreso, porque este siglo nomás no me va.

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