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martes, 1 de octubre de 2013

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No se es chairo por el hecho de recordar una fecha que partió un siglo a nuestro país, y mucho menos se es chairo por prestar la voz a quienes no pudieron hablar más. 

No se es chairo por cuestionar por qué los sobrevivientes ahora escriben libros y ponderan su dolor sobre las jaulas de la libertad de aquellos que desde hace cuarenta y cinco años viven en el subsuelo, esperando a que un Rulfo los reanime o tal vez a algún paleontólogo que verifique que en efecto eran jóvenes y quisieron algo así como un suelo nuevo a falta de cielos posibles. 

No se es chairo por nombrar la fecha que a tantos les causa prurito. No se es chairo por traer a este siglo las cosas que quedaron a medias en el pasado: si a algunos historiadores les agrada pensar que la historia se debe reescribir empezando por Cortés y pasando por Iturbide, es cosa suya. La nación no siempre busca recuentos reescritos de las cosas que se vivieron: si pensamos que uno es todos (e pluribus unum), entonces todos somos uno que murió y somos la continuación de los que morirán, porque este país no cambia y ahora no es hambre de libertad sino de comida verdadera lo que orilla a los jóvenes a perder el regalo que hemos de devolver cuando llegue la muerte natural. Seguimos siendo la madre que perdió al hijo y seguiremos siendo la madre que busque al ausente en estos tiempos porque no se necesita una marcha para constatar que el sistema es un refrigerador con cosas guardadas desde hace muchos años. 

Y así como el 16 de septiembre se festeja, también existe el derecho de decir que el 2 de octubre no se olvida. Pudieron ser padres de mejores hijos, ¿quién afirma que los vivos son los cobardes que heredaron llagas a la nación? 

Alguna vez fui maestra de historia a nivel bachillerato, en pleno siglo XXI. Los jóvenes no recuerdan a la URSS, no recuerdan al muro, no saben de 1968 (en todo el mundo). Los jóvenes de este siglo son hijos del vértigo mediático y las necesidades creadas cubiertas a placer. No hay axiología ni propósito alguno de imponer ideología, no hay manera de retornar porque el puente está roto. 

Entonces, ¿será tan malo que los famosos chairos de vez en cuando traigan a estos tiempos algo que se perdió, algo así como la noción del derecho de la revolución y a la revolución? 

Ir a las plazas a gritarlo es un acto estúpido. Memorias de los chairos todos, la cuestión aquí es reeducar y proponer, no erosionar ni perder el tiempo (bastante tuvimos con el 132). Mantener la historia completa es parte de la rapsodia del mexicano; hacer de ella un evento mediático e insulso, un insulto para los jóvenes de ahora. 

No se es chairo, insisto, por preocuparse por el legado. Sería óptimo pues, que también erigieran nuevos planos, porque este que quedó ya no da para más. 

El 2 de octubre no se olvida. Sería óptimo no olvidar que hay gente atrás haciendo fila por la vida.  

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