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viernes, 11 de octubre de 2013

Reescribo mi propia vida con albahaca e infusiones para no dormir en el abandono. Lo hago porque estoy despierta y porque también soy las plantas de Shiva y el canto de Ra, los signos de todos los profetas ocultos y la risa de Buda. He caminado demasiado sobre la tristeza, le he mostrado y me ha mostrado la belleza de sus venas. También he caminado sobre el conocimiento y él ha sido generoso conmigo. He caminado sobre el silencio y siempre me ha regalado a cambio la risa o el llanto. He bailado en tiempos de guerra interna y también cuando la bonanza de mi suelo. No tengo nada de qué quejarme pero tampoco tengo nada que legar, acaso la esperanza, tres mil poemas y mis cincuenta cuentos. 

Miro sobre la luna, es un don que se me ha dado cuando quedo quieta en la mansedumbre de la noche. Todo está en su lugar, digo. Tomo una rama de albahaca y me siento a contemplar a los jóvenes que deambulan por su fragmento de matria, conscientes de que el fin no es por ellos y aún existen más verbos y sonidos para escribir su propia canción. Luego, vendrán tres o cuatro niños que me saludarán porque en mi cara se refleja la madre que siempre seré, porque nací para proteger y también para aprender de la inocencia. 

Reescribo mi propia vida con albahaca. La coloco sobre mi cabello que es largo como las cuentas que tengo muy claras en mi cabeza. Nunca me sentí más mía ni más exacta dentro de mi cuerpo en sintonía con el universo, tenían que pasar los episodios del hartazgo y su luz para entender que mis labios dirán siempre lo que ha de ser, amarán lo que es digno de amar, proclamarán el asombro y cantarán elegías y odas, siempre melancólica y también siempre esperanzada. 

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