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lunes, 21 de octubre de 2013

La noche está para ataviarla de música, de esa que le rompe la crisma a gobernantes y ególatras, maestras suicidas y lectores de noticias lejanas. Es de noche cuando el tiempo se cumple y se unen los extremos: el entero es pleno y está exento de prisas y hologramas (un carro no es un carro sino un hombre gastando la vida sobre el asfalto). La noche está para vestirla de ecos presentes, de cantos graves para no morirla, pues la noche es el regalo que todos ignoran: su perfume es sagrado y lo sagrado es, a veces, ininteligible.

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