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domingo, 20 de octubre de 2013

Sesenta años y el mito de la equidad


El domingo pasado encontré el maravilloso obsequio de mi Maestro Xavier Díez de Urdanivia, el mejor de los juristas que pudo dar mi país. Se trata de su columna dominical hablando de la equidad de género. Reproduzco el texto y transcribo mi respuesta, sólamente por el simple hecho de decir lo que a diario veo.

La mujer y los derechos

Xavier Díez de Urdanivia 



Hace casi sesenta años que se reformó la Constitución para hacer explícito, en el texto fundamental, el derecho de las mujeres a votar y ser votadas.

Como otros años, se sucederán los actos cívicos y hasta se darán medidas gubernamentales para reforzar la participación de la mujer en la vida pública del país, aunque el problema de la equidad de género y la no discriminación de las mujeres sea una cuestión radicada en añejos lastres culturales que no se han resuelto.

Para abordar el tema de la equidad de género es necesario comprender que no fue sino hasta el siglo XIX que se introdujo la noción de igualdad, y todavía a mediados del siglo XX todavía se pensaba que los roles de género tenían un fundamento biológico.

Hoy se comprende que tales roles sociales no representan meramente la función biológica, sino una noción cultural que, como la estructura misma de las comunidades, es parte de los sistemas sociales, políticos y culturales que se ven reflejados también en los jurídicos.

No obstante ello, dado que históricamente han sido las mujeres objeto de discriminación intensa e injustificada, se han hecho necesaria la adopción de medidas tendientes a corregir estructuralmente esa inequidad.
Se han suscrito instrumentos internacionales como la convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, la plataforma para la Acción de Beijing, y la Declaración del Milenio, en las que se insta a los gobiernos a considerar que, sin igualdad entre hombres y mujeres, no habrá desarrollo posible alguno.

En México fue reformada la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en los años setenta, para estatuir que “el varón y la mujer son iguales ante la ley”.

Más tarde se promulgó la Ley General para la Igualdad entre Mujeres y Hombres, cuyo objeto es “regular y garantizar la igualdad entre mujeres y hombres y proponer los lineamientos y mecanismos institucionales que orienten a la nación (sic) hacia el cumplimiento de la igualdad sustantiva en los ámbitos público y privado, promoviendo el empoderamiento (sic) de las mujeres”.

Todavía después, la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación, que la define como “toda distinción, exclusión o restricción que, basada en el origen étnico o nacional, sexo, edad, discapacidad, condición social o económica, condiciones de salud, embarazo, lengua, religión, opiniones, preferencias sexuales, estado civil o cualquier otra, tenga por efecto impedir o anular el reconocimiento o el ejercicio de los derechos y la igualdad real de oportunidades de las personas”.

Pero hace falta algo más que buenas leyes para lograr la transformación cultural que se necesita. El modelo jurídico no ha sido eficaz para modificar el modelo de sociedad discriminatoria de la mujer.

En cambio, ha dado cabida en ocasiones a obstáculos para la discriminación que han generado, a su vez, nuevas argucias para eludir el imperativo racional y social de la igualdad, que ha logrado introducirse en el orden jurídico, pero no ha logrado mover voluntades de manera eficaz en el ámbito socio-político.

Tal es el caso, deplorable por todos conceptos, de las llamadas “Juanitas”, y hasta el acontecimiento que se conmemorará en los próximos días, pues lo único que ocurrió el 17 de octubre de 1953 fue que, en el artículo relativo a las prerrogativas de los ciudadanos, se hizo explícito que el sustantivo genérico “ciudadano” se refería a todas y todos los mexicanos, mujeres y varones, respecto de las cuales, por cierto, nunca antes se discutió la calidad de ciudadanas.

¿Podría decirse que, dado ese criterio, ellas no están obligadas a contribuir a los gastos públicos? El artículo correspondiente dice que es una obligación “de los mexicanos”, no de “las mexicanas”.

Queda mucho por hacer y no bastan leyes, discursos y buenas intenciones. Falta cultivar la civilidad promoviendo el desarrollo de una cultura que comprenda que mujeres y hombres responsables son, ambos, componentes esenciales, integralmente considerados, de la sociedad, y por tanto elementos igualitariamente imprescindibles para ella.

http://www.zocalo.com.mx/seccion/opinion-articulo/la-mujer-y-los-derechos-1381642969




Mi muy amado y admirado Doctor, es un honor recibir su columna directamente en mi muro. El tema de la igualdad es algo que desde siempre ha causado en su alumna un interés especial, dada la lectura intertextual que tanto convenciones como leyes (internacionales y nacionales) aportan a los “ciudadanos del mundo”: se habla de igualdad y equidad para estar a la par con el desarrollo tecnológico, para paliar un poquito la culpa resultante ante una exigencia tecnócrata generalizada. 

Para quienes observamos desde lejos, vemos que este imparable acto de eludir lo establecido en materia de género deviene de una formalización del mismo por la fuerza y no por convicción. He de decir, humildemente, que incluso la mismísima igualdad de género se ha visto mermada y acotada por los mismos actos de las féminas, quienes no superan aún el esquema del patriarcado y esperan obtener escaños, puestos públicos y privados con la misma mecánica que los hombres han realizado durante siglos, haciendo a un lado la fuerza proveniente de las mujeres. Sin importar lo que la historia y antropología modernas digan sobre la matria, en la mujer prevalece la idea de que el “empoderamiento” es individual e incluso unilateral. Ello, aunado a un profundo rencor instalado en algo más que el ADN (¿tradición, será?), permea e imposibilita la correcta “visibilidad” (esa palabra me causa gracia) de los estatutos, reglamentos, leyes y demás instrumentos jurídicos realizados, en su inicio, a manera de “prebenda” para quienes alzaban las palmas y recibían únicamente las brazas del derecho romano antiguo. 

Definitivamente la equidad es cuestión de algo más que el agradecimiento a Ruiz Cortines y todos los que le sucedieron, de realizar manifestaciones e incluso escribir toda clase de literatura en todos los géneros, delimitándose bajo la bandera del feminismo o lo hecho por las mujeres. Es una cuestión del reposicionamiento del género, tanto masculino como femenino, sus alcances, sus límites, sus errores, sus ventajas. Resulta incongruente y hasta risible la cantidad de instrumentos jurídicos generados sin el conocimiento real de las venas sociales por donde caminan, todos los días, los actos de mujeres que siguen persiguiendo esquemas masculinos, de mujeres que se sienten solas por no tener poder de convocatoria, y de otras tantas que permanecen en la omisión, la represión y la sumisión, en parte causada por el hombre, pero también por el agravio de la omisión de la mujer misma. 

Me gustó muchísimo su texto porque invita a reflexionar, sobre todo a quienes ya están en la posibilidad de actuar libremente a favor de estos cambios, y aprovechar, observar y cuestionar, un domingo de familia, si las cosas pudieran cambiar desde el núcleo. Le mando un abrazo y un beso con todo mi cariño, mil gracias por existir.

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