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miércoles, 16 de octubre de 2013

Instituto Mexicano del Sonido: Arte objetos sónicos.


Normalmente no suelo poner los textos que escribo para mi programa semanal de radio, Kaleidosónico. Pero este en particular me gustaría compartirlo porque me dio mucha pena ver que hubo poca concurrencia de jóvenes para ver aquí en Little Jump a  uno de los proyectos más ambiciosos y mejor logrados de este, como dice Camilo Lara, Méjico Máxico: 



El siglo XXI sería, para muchos filósofos que no alcanzaron a cruzar el umbral del tiempo, la promesa de la tecnología y también de la diversificación masiva, con su consecuente textura heterogénea dentro de una sóla célula global. Alvin Toffler lo veía venir en su libro “La tercera ola”: todo sería tan inmenso que regresaríamos a las comunidades pequeñas  a vivir submundos regidos por un ulterior.

El siglo XXI es, para muchos filósofos actuales y para aquellos que dejaron su legado a finales del s. XX, la construcción de ecos de otros tiempos. Umberto Ecco lo compara con el oscurantismo de la época medieval por la excesiva cantidad de información que resulta incompatible con la vertiginosidad del tiempo y cómo se cuantifica pero sobre todo, la manera en que se cualifica dentro de un esquema de interacción individual frente a una colectividad que cada día está más al pendiente del mainstream virtual que de la misma confrontación con su realidad.

Por tanto, el siglo XXI viene a ser, si no la consecuencia de grandes épocas como la del imperio griego, del renacentismo e incluso del mismo siglo de oro en nuestra sociedad hispanoamericana, tal vez sí sea ese manto cosido con retazos, con fragmentos que son fotografiados por lo que podemos llamar la melancolía del futuro: pedazos de añoranzas que no vendrán porque todo ha sido visto, tocado, probado, comprobado, pintado, musicalizado y escrito.

El panorama del creador del siglo XXI se convierte entonces en una provocación hacia dos vertientes: la apatía creativa (que bien puede distinguirse en la famosa twitterliteratura, por ejemplo) y la puesta en práctica de conceptos filosóficos como la denominada deconstrucción, neologismo filosófico que el filósofo argelino Jacques Derrida introduce en las décadas de los setenta y ochenta a partir de toda una serie de cuestionamientos hegelianos sobre el tiempo y el ser: ¿estamos totalmente ciertos de que la realidad es lo que nos ha heredado la historia? ¿Esta herencia nos tiene, por fuerza, maniatados a seguir una línea que no perturba pero tampoco propone, una línea que va como tren sin frenos? ¿Qué se puede hacer frente al dilema del todo creado? ¿Cerrar los ojos o retomar y volver a hacer, con elementos nuevos provenientes de factores actuales que incluyen las emociones, la economía, la estética y los valores morales?

Muchos han optado por deconstruir (es decir, a partir de la lectura de ciertos textos: visuales –un filme, fotografías, pinturas, cromos; sonoros –la música y el sonido emitido por las máquinas de las fábricas y las automotrices; literarios y plásticos, buscar el sentido de cada texto para tomar elementos significativos para de ahí elaborar una propuesta que, si bien no es original en el sentido lato de la palabra, sí lo es por convertir una serie de conocimientos y aportaciones creativos en una nueva obra que responda con mayor utilidad y precisión a los tiempos vividos, incluidas las críticas de lo que no fue o no pudo ser a pesar de los esfuerzos de generaciones pasadas, de los vicios heredados y sus lagunas por donde transita toda una generación que no sabe bien a qué distancia queda el futuro y en qué momento se rompe el presente.


Como parte de este concepto, la deconstrucción, existe la unificación de las artes: ya no se puede hablar solamente de pintura o de literatura, mucho menos de cine: todas y cada una de ellas habrán de contener, al menos la ligazón con otra de las bellas artes: ahí está el ejemplo de Murakami que no es capaz de de escribir una obra sin la presencia musical de los Beatles, un poco, es cierto, a semejanza de la Sonata a Kreutzer de Tolstoi del siglo XIX; o el caso de lo que ahora llaman poesía visual, que no es otra cosa sino la continuación del performance llevado ahora de la mano por la poesía contemporánea. Ni qué decir de los conciertos de ciertos géneros contemporáneos, verbigracia el techno y la música electrónica que no trascienden mayormente sin un sustento visual, rico en texturas pero también en discursos breves pero profundos, capaces de decir en pocos minutos todo lo que una sociedad (o una buena parte de ella) siente respecto de ciertos aspectos tales como la política y la economía.

El siglo XXI sería, para muchos filósofos que no alcanzaron a cruzar el umbral del tiempo, la promesa de la tecnología y también de la diversificación masiva, con su consecuente textura heterogénea dentro de una sóla célula global. Alvin Toffler lo veía venir en su libro “La tercera ola”: todo sería tan inmenso que regresaríamos a las comunidades pequeñas  a vivir submundos regidos por un ulterior.

El siglo XXI es, para muchos filósofos actuales y para aquellos que dejaron su legado a finales del s. XX, la construcción de ecos de otros tiempos. Umberto Ecco lo compara con el oscurantismo de la época medieval por la excesiva cantidad de información que resulta incompatible con la vertiginosidad del tiempo y cómo se cuantifica pero sobre todo, la manera en que se cualifica dentro de un esquema de interacción individual frente a una colectividad que cada día está más al pendiente del mainstream virtual que de la misma confrontación con su realidad.

Por tanto, el siglo XXI viene a ser, si no la consecuencia de grandes épocas como la del imperio griego, del renacentismo e incluso del mismo siglo de oro en nuestra sociedad hispanoamericana, tal vez sí sea ese manto cosido con retazos, con fragmentos que son fotografiados por lo que podemos llamar la melancolía del futuro: pedazos de añoranzas que no vendrán porque todo ha sido visto, tocado, probado, comprobado, pintado, musicalizado y escrito.

El panorama del creador del siglo XXI se convierte entonces en una provocación hacia dos vertientes: la apatía creativa (que bien puede distinguirse en la famosa twitterliteratura, por ejemplo) y la puesta en práctica de conceptos filosóficos como la denominada deconstrucción, neologismo filosófico que el filósofo argelino Jacques Derrida introduce en las décadas de los setenta y ochenta a partir de toda una serie de cuestionamientos hegelianos sobre el tiempo y el ser: ¿estamos totalmente ciertos de que la realidad es lo que nos ha heredado la historia? ¿Esta herencia nos tiene, por fuerza, maniatados a seguir una línea que no perturba pero tampoco propone, una línea que va como tren sin frenos? ¿Qué se puede hacer frente al dilema del todo creado? ¿Cerrar los ojos o retomar y volver a hacer, con elementos nuevos provenientes de factores actuales que incluyen las emociones, la economía, la estética y los valores morales?

Muchos han optado por deconstruir (es decir, a partir de la lectura de ciertos textos: visuales –un filme, fotografías, pinturas, cromos; sonoros –la música y el sonido emitido por las máquinas de las fábricas y las automotrices; literarios y plásticos, buscar el sentido de cada texto para tomar elementos significativos para de ahí elaborar una propuesta que, si bien no es original en el sentido lato de la palabra, sí lo es por convertir una serie de conocimientos y aportaciones creativos en una nueva obra que responda con mayor utilidad y precisión a los tiempos vividos, incluidas las críticas de lo que no fue o no pudo ser a pesar de los esfuerzos de generaciones pasadas, de los vicios heredados y sus lagunas por donde transita toda una generación que no sabe bien a qué distancia queda el futuro y en qué momento se rompe el presente.

Como parte de este concepto, la deconstrucción, existe la unificación de las artes: ya no se puede hablar solamente de pintura o de literatura, mucho menos de cine: todas y cada una de ellas habrán de contener, al menos la ligazón con otra de las bellas artes: ahí está el ejemplo de Murakami que no es capaz de de escribir una obra sin la presencia musical de los Beatles, un poco, es cierto, a semejanza de la Sonata a Kreutzer de Tolstoi del siglo XIX; o el caso de lo que ahora llaman poesía visual, que no es otra cosa sino la continuación del performance llevado ahora de la mano por la poesía contemporánea. Ni qué decir de los conciertos de ciertos géneros contemporáneos, verbigracia el techno y la música electrónica que no trascienden mayormente sin un sustento visual, rico en texturas pero también en discursos breves pero profundos, capaces de decir en pocos minutos todo lo que una sociedad (o una buena parte de ella) siente respecto de ciertos aspectos tales como la política y la economía.

¿Y quién es el IMS? La wikipedia dice: 

"El Instituto Mexicano del Sonido es un proyecto de Camilo Lara, en el que algunas canciones clásicas de los años setenta y ochenta se mezclan con música electrónica, como por ejemplo la canción "Mirando a las Muchachas", de los Hermanos Castro. Las siglas de este proyecto se pronuncian i-eme-ese para no ser confundidas con las del Instituto Mexicano del Seguro Social. En el 2006 salió su primer disco llamado Méjico Máxico bajo la disquera mexicana independiente Noiselab y, en España, por el sello madrileño Lovemonk. Éste contiene fragmentos de cumbias, de cha cha chas, estructuras pop a veces, mucha electrónica juguetona, mucho Esquivel, textos de Juan Rulfo recitados por el propio Rulfo, dub y muchas cosas más. Surgido de pedacitos de más de trescientas canciones de los años 20 hasta los 60, "este disco refleja el color y el bullicio de una ciudad tan imprevisible como es México DF".
Sus remezclas abarcan desde grupos como Placebo a Le Hammond Inferno, pasando por Gecko Turner o Babasónicos
En el 2007 salió su segundo álbum llamado Piñata, el sencillo que se desprende de este álbum se llama El Micrófono, según él, este álbum contiene más ritmos que el disco anterior. La canción "El Micrófono" es parte de la banda sonora del videojuego FIFA 08, mientras que la canción "Alocatel" del FIFA 10, además el tema “A girl like you” es parte de la banda sonora de la primera temporada de la exitosa serie “Californication”.
En el 2009 lanza un tercer álbum llamado Soy Sauce con el sencillo "Hiedra Venenosa".
En 2010, el IMS musicalizó al segmento "Suave Patria" perteneciente al desfile del Bicentenario de la Independencia de México; el álbum de nombre homónimo, contiene 6 canciones que según un comunicado oficial, "crearon esta pieza musical tratando de evocar algunos pasajes de la Constitución Mexicana y representar un paisaje sonoro del Territorio Nacional". Este EP esta disponible actualmente en la iTunes Store.
En 2013, el IMS protagoniza la estación de radio East Los FM de Grand Theft Auto V, a la vez que su canción "Es Toy" aparece dentro del juego". 

Camilo Lara es entonces una clara muestra de lo que podría denominarse arteobjeto sónico al mezclar cromos fabulosos de mujeres curvilíneas de los años cuarenta y cincuenta con reminiscencias musicales como el chachachá, los orígenes de la cumbia en Rigo Tovar y el tejido de la burla respecto del concepto de institución: al autoproclamarse como institución, Camilo rompe el primer esquema legado de sistemas de siglos pasados y lo deconstruye para oficializar con su música el discurso de un buen segmento poblacional que no está muy de acuerdo con nadar hacia la misma dirección. Por si fuera poco, también homenajea elementos claramente obviados por esa intención rijosa de convertir al arte en algo sublime y por lo tanto elitista, como si ambas palabras fueran una sola o vivieran en el mismo campo semántico. Cuando se le pregunta, en una entrevista realizada por Kaleidosónico el lunes pasado, sobre la percepción que se tenía de su música como arteobjeto sónico, él, con una sencillez muy característica de quien sabe que entre tanto no se es mucho, contesta: “tiene mis ojos, mis orejas, soy yo, de alguna manera me proyecta y puedo decir a través de la música, sin pelos en la lengua, lo que opino”. Resulta pues todo un viaje o una visita a un museo personal de un portavoz de una generación que se resiste al anonimato por causa de su incapacidad creativa (o como quien dice, por haber perdido en el juego de las sillas: todos ya habían tomado lo mejor y no queda nada). 

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