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domingo, 6 de octubre de 2013

Miro las fotos en el instagram y comprendo que lo nuestro es encantarse ante la memoria amedrentada del futuro. Nosotros, los del siglo XXI, somos herederos de la melancolía del futuro, de su vacío alimentado de ecos de Petrarca y Owen, de Stravinsky y Gauguin, de las cámaras kodak que gritaban en los años cincuenta la bonanza porque hoy solamente somos eso: una bonanza fotografiada, una fotografía construida en la bonanza del papel y los colores que duelen, más que las retinas, el orgullo de una humanidad que cada día nace más dispersa y se descubre a sí misma fragmentada entre la niebla, los domingos de octubre, cuando ocurren. Al ser humano de este siglo le corresponde eternizar la angustia cuya causa no ha diagnosticado porque está sin tiempo, sin creencias y sin lugar. Por eso hay que acudir al instagram para rendirle un homenaje a la memoria del futuro y su melancolía.


Y es que hasta las ruedas de la fortuna y los columpios primero salen en una fotografía ante el mundo que por la boca de un ciudadano del mundo, el viejo sueño perdido de un ensayista que ya nadie toca porque es polvo. Ese nadie, en caso de ser válida la teoría de Alfonso Reyes que decía: “¿y si el polvo fuera el verdadero Dios?”, se está perdiendo de conocerlo. 

Mientras me elevo por el cielo con ayuda de la grúa veo los posibles paisajes para el instagram, pero prefiero dejarlos para mí, pues me parece que éste será el único regalo del domingo. 

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