El domingo pasado encontré el maravilloso obsequio de mi Maestro Xavier Díez de Urdanivia, el mejor de los juristas que pudo dar mi país. Se trata de su columna dominical hablando de la equidad de género. Reproduzco el texto y transcribo mi respuesta, sólamente por el simple hecho de decir lo que a diario veo.
La mujer y los derechos
Xavier Díez de Urdanivia
Hace casi sesenta años que se reformó la Constitución para hacer
explícito, en el texto fundamental, el derecho de las mujeres a votar y
ser votadas.
Como otros años, se sucederán los actos cívicos y hasta se darán medidas
gubernamentales para reforzar la participación de la mujer en la vida
pública del país, aunque el problema de la equidad de género y la no
discriminación de las mujeres sea una cuestión radicada en añejos
lastres culturales que no se han resuelto.
Para abordar el tema de la equidad de género es necesario comprender que
no fue sino hasta el siglo XIX que se introdujo la noción de igualdad, y
todavía a mediados del siglo XX todavía se pensaba que los roles de
género tenían un fundamento biológico.
Hoy se comprende que tales roles sociales no representan meramente la
función biológica, sino una noción cultural que, como la estructura
misma de las comunidades, es parte de los sistemas sociales, políticos y
culturales que se ven reflejados también en los jurídicos.
No obstante ello, dado que históricamente han sido las mujeres objeto de
discriminación intensa e injustificada, se han hecho necesaria la
adopción de medidas tendientes a corregir estructuralmente esa
inequidad.
Se han suscrito instrumentos internacionales como la convención sobre la
eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, la
plataforma para la Acción de Beijing, y la Declaración del Milenio, en
las que se insta a los gobiernos a considerar que, sin igualdad entre
hombres y mujeres, no habrá desarrollo posible alguno.
En México fue reformada la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos, en los años setenta, para estatuir que “el varón y la mujer
son iguales ante la ley”.
Más tarde se promulgó la Ley General para la Igualdad entre Mujeres y
Hombres, cuyo objeto es “regular y garantizar la igualdad entre mujeres y
hombres y proponer los lineamientos y mecanismos institucionales que
orienten a la nación (sic) hacia el cumplimiento de la igualdad
sustantiva en los ámbitos público y privado, promoviendo el
empoderamiento (sic) de las mujeres”.
Todavía después, la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la
Discriminación, que la define como “toda distinción, exclusión o
restricción que, basada en el origen étnico o nacional, sexo, edad,
discapacidad, condición social o económica, condiciones de salud,
embarazo, lengua, religión, opiniones, preferencias sexuales, estado
civil o cualquier otra, tenga por efecto impedir o anular el
reconocimiento o el ejercicio de los derechos y la igualdad real de
oportunidades de las personas”.
Pero hace falta algo más que buenas leyes para lograr la transformación
cultural que se necesita. El modelo jurídico no ha sido eficaz para
modificar el modelo de sociedad discriminatoria de la mujer.
En cambio, ha dado cabida en ocasiones a obstáculos para la
discriminación que han generado, a su vez, nuevas argucias para eludir
el imperativo racional y social de la igualdad, que ha logrado
introducirse en el orden jurídico, pero no ha logrado mover voluntades
de manera eficaz en el ámbito socio-político.
Tal es el caso, deplorable por todos conceptos, de las llamadas
“Juanitas”, y hasta el acontecimiento que se conmemorará en los próximos
días, pues lo único que ocurrió el 17 de octubre de 1953 fue que, en el
artículo relativo a las prerrogativas de los ciudadanos, se hizo
explícito que el sustantivo genérico “ciudadano” se refería a todas y
todos los mexicanos, mujeres y varones, respecto de las cuales, por
cierto, nunca antes se discutió la calidad de ciudadanas.
¿Podría decirse que, dado ese criterio, ellas no están obligadas a
contribuir a los gastos públicos? El artículo correspondiente dice que
es una obligación “de los mexicanos”, no de “las mexicanas”.
Queda mucho por hacer y no bastan leyes, discursos y buenas intenciones.
Falta cultivar la civilidad promoviendo el desarrollo de una cultura
que comprenda que mujeres y hombres responsables son, ambos, componentes
esenciales, integralmente considerados, de la sociedad, y por tanto
elementos igualitariamente imprescindibles para ella.
http://www.zocalo.com.mx/seccion/opinion-articulo/la-mujer-y-los-derechos-1381642969
Mi muy amado y admirado Doctor,
es un honor recibir su columna directamente en mi muro. El tema de la igualdad
es algo que desde siempre ha causado en su alumna un interés especial, dada la
lectura intertextual que tanto convenciones como leyes (internacionales y
nacionales) aportan a los “ciudadanos del mundo”: se habla de igualdad y
equidad para estar a la par con el desarrollo tecnológico, para paliar un
poquito la culpa resultante ante una exigencia tecnócrata generalizada.
Para
quienes observamos desde lejos, vemos que este imparable acto de eludir lo
establecido en materia de género deviene de una formalización del mismo por la
fuerza y no por convicción. He de decir, humildemente, que incluso la mismísima
igualdad de género se ha visto mermada y acotada por los mismos actos de las
féminas, quienes no superan aún el esquema del patriarcado y esperan obtener
escaños, puestos públicos y privados con la misma mecánica que los hombres han
realizado durante siglos, haciendo a un lado la fuerza proveniente de las mujeres.
Sin importar lo que la historia y antropología modernas digan sobre la matria,
en la mujer prevalece la idea de que el “empoderamiento” es individual e
incluso unilateral. Ello, aunado a un profundo rencor instalado en algo más que
el ADN (¿tradición, será?), permea e imposibilita la correcta “visibilidad”
(esa palabra me causa gracia) de los estatutos, reglamentos, leyes y demás
instrumentos jurídicos realizados, en su inicio, a manera de “prebenda” para
quienes alzaban las palmas y recibían únicamente las brazas del derecho romano
antiguo.
Definitivamente la equidad es cuestión de algo más que el
agradecimiento a Ruiz Cortines y todos los que le sucedieron, de realizar
manifestaciones e incluso escribir toda clase de literatura en todos los
géneros, delimitándose bajo la bandera del feminismo o lo hecho por las
mujeres. Es una cuestión del reposicionamiento del género, tanto masculino como
femenino, sus alcances, sus límites, sus errores, sus ventajas. Resulta
incongruente y hasta risible la cantidad de instrumentos jurídicos generados
sin el conocimiento real de las venas sociales por donde caminan, todos los
días, los actos de mujeres que siguen persiguiendo esquemas masculinos, de
mujeres que se sienten solas por no tener poder de convocatoria, y de otras
tantas que permanecen en la omisión, la represión y la sumisión, en parte
causada por el hombre, pero también por el agravio de la omisión de la mujer
misma.
Me gustó muchísimo su texto porque invita a reflexionar, sobre todo a quienes
ya están en la posibilidad de actuar libremente a favor de estos cambios, y
aprovechar, observar y cuestionar, un domingo de familia, si las cosas pudieran
cambiar desde el núcleo. Le mando un abrazo y un beso con todo mi cariño, mil
gracias por existir.