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miércoles, 3 de junio de 2009

 JULIO, ESE (GRAN / DETESTABLE) CRONOPIO
(Un intento de explicación de lo que es un Cronopio)


A que un día le dijeron que si de verdad lo admiraba tenía que leerle –y gustarle– este engendro surrealista que se supone es una de sus mejores obras. Y a que usted aceptó el reto y lo perdió porque no terminó de leerlo debido a su incomprensible (e incluso, a simple vista, sicodélico y sangrón) discurso. Estoy segura que jamás lo volvió a abrir. Es más, adivino que lo tiene por ahí, todo empolvado y sujetando papeles o deteniendo lapiceras.
     …Y casi creo haberlo visto cuando intentó aplastar mis letras dándole vuelta a la página en cuanto leyó la palabra cronopio… Lo oí suspirar hasta acá justo cuando leyó también “intento de explicación” y lo convencí de quedarse.
     Verá, hace veinticinco años murió Julio Cortázar, apodado por sus faná­ticos “El Gran Cronopio” (no se rasque tanto, que le faltan otros treinta y tantos cronopios por leer). El autor de Rayuela ha sido considerado por mu­chos el único escritor latinoamericano contemporáneo –uno de los protago­nistas del Boom Latinoamericano– que de verdad se aventuró a jugar en los linderos de lo lúdico y lo ilógico como vía de creación y expresión literarias sin caer en mamarruchadas propias de creadores de segunda que lo único que hacen (aparte de gastar tinta y papel en vano) es un reverendo ridículo. En su haber literario existe una larga lista de cuentos, una novela estilo “be­beleche”, alguno que otro poema… y un libro raro, de esos verdaderamente extraños, que se titula Historias de Cronopios y de Famas. Qué mejor homenaje, creo yo, que intentar explicar su libro más experimental, pero al mismo tiempo, más personal, más íntimo (a ojos de una estudiante de le­tras, claro), más libre y con más derechos que otros de ser llamado literal­mente un “hijo de tigre”.
     Cortázar no escribió cosas raras. Simplemente escribió y ya. Tomó a la literatura como un mecanismo de expresión artística que para su eficacia no debe ser atado a las reglas de la lógica que comúnmente usamos en nues­tras vidas cotidianas, sobre todo si hablamos del género de la ficción. Las cosas comunes no son musas para lo ficticio, pues de ser así dejaría de serlo. Alguien que se dedique a fabricar realidades a través de las letras –como Cortázar– lo sabe muy bien. Lo que sucede, es que este tipo de crea­ciones han sido desplazadas por imágenes estrambóticas y completamente incoherentes (ilógico no es lo mismo que incoherente) que aparecen de la nada en nuestros televisores y en las pantallas de las computadoras; y se quedan como si nada deambulando en nuestras vidas. Es como si la locura suplantara a la imaginación. Y ya veremos que tampoco es lo mismo estar fuera de nuestros cabales que imaginar.

Leer en pelotas… mentales
Para poder agarrarle el gusto a la lectura de este librito tan singular, le pediré que se despoje de todas las ideas cuadradas y todos los prejuicios que a lo largo de su vida le han ido inyectando los diferentes sistemas, desde el familiar hasta el educativo. Vaya, hágalo no porque yo se lo requiera (después de todo a mí ni me conoce). Más bien, hágalo porque es un requisito esencial para entender a un cronopio llamado Cortázar.

Instrucciones para leer a un Cronopio
Si usted realmente desea entender a Cortázar en esta obra hecha a base de viñetas, ensayos líricos y cuentitos surrealistas, le sugiero que empiece a leer el libro como Dios manda, y no al estilo Rayuela. Es decir, desde el prin­cipio y sin alternar las secciones de que está compuesto. De otro modo,
le será muy difícil, por no decir que imposible, comprender lo que este escritor, que también fue maestro de primaria y nació en una embajada argentina en Bruselas, quiso decir.
     Con el afán de que sus lectores lograran entender y convivieran “sana­mente” con los objetos húmedos y verdes que son los cronopios (o simple­mente con el objetivo de jorobar almas cuadradas de mente y corazón), Cortázar nos da un curso profiláctico con tres secciones raras que antece­den al plato fuerte, que es precisamente la historia de la aparición y desa­rrollo de los cronopios, los famas y los esperanzas.
     Estas tres secciones contienen cuentos que no tienen nada qué ver con los cronopios, salvo que son hijos del mismo creador, quien también se en­cuera para mostrar la puerilidad auténtica, sarcástica y feliz con la que ve al mundo.
     La primera sección se llama Instrucciones. Y quien lo lea ya “en pelotas mentales”, entenderá que un Cortázar desnudo hecho niño le avisa a través de una introducción-cuento que él no está para repetir la misma monotonía
de siempre, e incluso lo exhorta a romperle la cabeza al mono que tiembla de frío en la mesa, que corra desde el centro hacia la pared y se abra paso. Ahora, lo invita a escuchar una canción:

¡Oh, cómo cantan en el piso de arriba! Hay un piso de arriba en esta casa, con otras gentes. Hay un piso de arriba donde vive gente que no sospecha su piso de abajo, y estamos todos en el ladrillo de cristal [p. 14].

     No intente explicar la imagen descrita en el párrafo anterior. Simple­mente imagínela (que por algo es imagen) y ya. Una vez logrado esto, hemos entrado a la dimensión cronopiana de Cortázar.
     En Cortázar se puede apreciar la confluencia de tres aspectos más o menos visibles y que pueden ser admirables o detestables, a saber del jui­cio de valor que el lector imponga. Dando por sentado que a este célebre niño escritor le importaba un cuerno lo que pensaran los demás de él, a no ser que se tratara de Mafalda (“No importa lo que yo pienso de Mafalda, sino lo que Mafalda piensa de mí”), [1] entonces no nos meteremos en hondu­ras como éstas, y nos limitaremos a exponer esos aspectos visibles:
     El primero, que el Gran Cronopio era un escritor. Ya sabemos lo que se piensa de los escritores: que son ególatras, burlones de la inferioridad inte­lectual de los que no son artistas, indiferentes al entorno social por cuanto a las actividades superficiales que mantiene el resto de los hombres entre sí, egoístas, individualistas tirándole al ostracismo, hedonistas, con un poten­cial de imaginación enorme que muchas veces es confundido por ese resto como el estado cumbre de un marihuano felizmente en éxtasis; y hasta sangrones. Pero también –y en especial los escritores latinoamerica­nos del siglo XX– son conocidos como los que dieron nombre a lo existente, a la tradición, a lo ausente de la misma, a las formas del pensamiento y de la naturaleza, de las relaciones sociales y sus productos. Se les conoció como autoexploradores de un mundo raro llamado Latinoamérica. Como Alejo Carpentier tiene a bien decir, “el escritor latinoamericano es el Adán que nombra las cosas de su mundo”.[2] Y eso es lo que hace Cortázar: definir su mundo a partir de sí mismo.
     El segundo, es la imposición de facto y total derivada del desempeño de un rol infantil y creador. Si usted ha tenido la oportunidad de jugar con algún engendrito de unos seis u ocho años, verá que apenas el enano de cando­rosa aura lo ha hecho partícipe de sus juegos, usted ya ha perdido toda fuerza de voluntad y derecho de ejercer la palabra. Se convierte en un ju­

guete más (acaso distinto porque usted es un ser animado) que juega con otros juguetes (los que el monstruito le da) al juego que el enanito ha deci­dido jugar. No se le ocurra cambiar los patrones de juego, o aquello se con­vertirá en la erupción del Vesubio del año 79 d.C. Quién diría que el duen­decillo tierno e indefenso puede convertirse en todo un dictador. Pero todo tiene sus ventajas: apegarse a las reglas inamovibles y rígidas del juego de los niños le permite volver a ese lugar en el que alguna vez usted también estuvo, pero que por tantas cuentas por pagar, tantas mujeres (o tantos hombres) por conquistar, tantos lastres de vida por cargar, se le han olvi­dado. Julio Cortázar lo sabe y lo invita a participar en su juego sin oportuni­dad de que usted imponga excepción a regla alguna de las que él minucio­samente ya ha preparado con anterioridad. Sí, Julio Cortázar era un niño.
     El tercero, que Julio Cortázar era argentino. Ya lo dijo Márgara Francisca
en su prosaico programa del Telehit:[3] “En realidad, todo argentino es un chi­-lango de clóset y viceversa”. En toda la obra de Cortázar siempre se encon­trarán restos de un aire de soberbia natural que de alguna manera tiene re­lación directa con el país de embalaje de su autor, Argentina. Esto, lejos de ser irritante, si se tiene la voluntad de dejar de ser un lector común para convertirse en un participante de un juego feliz, pudiera resultar interesante por el dinamismo que otorga a sus letras, muy similar a una mano que sale de su libro para picarle la panza hasta hacerlo reír.
     Tenemos así que en los siguientes textos de la sección “Instrucciones” se encuentran elementos muy sui generis –resultado de meter en la licuadora los tres aspectos a que ya hicimos referencia– como los de entender a tra­vés de los ojos de Cortázar una obra de arte (léase las “Instrucciones para entender tres pinturas famosas”, toda una apología al caos explicativo y a
la crítica irónica de la teoría clásica de la apreciación artística); cómo se ven
los escalones y cómo pueden ser subidos en el cuento “Instrucciones para subir una escalera”: “Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas” [p. 27].
     Y el más importante, el que le da color al terreno lúdico “cortazariano”, es el elemento desarrollado en el “Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj”, en donde habla de su concepto personal del tiempo como una imposición social más que agita las nociones de la libertad del ser y del mundo de la creación humana:

Piensa en esto: cuando te regalan un reloj, te regalan un pequeño in­fierno florido, una cadena de rosas (…); te regalan la obsesión de aten­der a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías (…). No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj [p. 29].

     Y es que a Cortázar le gustaba ser irreverente con el tiempo, “chorearse” a Cronos. Esto queda claramente expuesto en el cuento “El perseguidor”, cuando su protagonista, el saxofonista Johnny Carter, lanza la frase célebre “Esto ya lo toqué mañana”.
     Hasta aquí, la fase de iniciación. Si usted ha seguido al pie de la letra las instrucciones que le da Cortázar, le encantarán las dos secciones siguien­tes.

Los Locos Adams Gauchos
Si se va con la finta de que la sección “Ocupaciones raras” le hablará de coleccionadores de medicamentos caducos o “limpiamondadientes”, se ha equivocado otra vez.
     Esta sección es la historia en presente de una familia rara, muy al estilo
de Los Locos Adams, a la que Cortázar le dio vida con gran cariño, pues sugiere la representación gráfico-literaria de lo que para él sería el ideal de la clase media argentina de los años cincuentas y sesentas. Es la imagen que Cortázar tiene de la utopía de esta clase social, en la que mezcla la apoteosis del lenguaje prosaico de sus personajes y quienes al mismo tiempo presentan características que difícilmente encajarían en la verdadera clase social a la que alude. Un ejemplo de ello viene en el cuento “Etiqueta y prelaciones”, donde el narrador hace alarde del buen gusto que tienen él y su familia para describir a las personas y a las situaciones:

(…) bastará citar el caso de mi tía la segunda. Visiblemente dotada de un trasero de imponentes dimensiones, jamás nos hubiéramos permitido ceder a la fácil tentación de los sobrenombres naturales; así, en vez de darle el apodo brutal de Ánfora Etrusca, estuvimos de acuerdo en el más decente y familiar de La Culona. [p. 39].

     Los miembros de esta numerosa familia retan a la sociedad normal construyendo entre todos un patíbulo en su casa, domando tigres en la sala, regalando globos en la ventanilla de correos o llorando a franco pulmón abierto en velorios de desconocidos cuyos parientes lloran por cortesía o por pura hipocresía familiar.
     En síntesis, esta sección es un “agente coadyuvante” del desprendimiento de los estándares familiares que a veces (o mejor dicho, siempre) impiden el desarrollo de la imaginación en la etapa adulta.

Material plástico (o los cuentos antisociales de Cortázar)
Siguiendo la ruta estrafalaria de Cortázar, nos adentramos a una sección que si bien tiene las notas extrañas de las dos secciones anteriores y que vendría a dar un soporte e incluso la consistencia final al pensamiento cro­nopiano (como sinónimo de íntimo) de su autor, da al inicio la impresión de
que pudo ser integrada en otra obra que hablara de surrealismos varios, pues es la que, a pesar de ser una conexión o puente entre la historia de los cronopios y el mundo feliz por el que Cortázar confiesa desplazarse, posee mayor autonomía de las cuatro secciones. Pero ya se verá que no es así.
     En realidad, esta sección es el punto cumbre que arranca del lector en su totalidad toda clase de imposición –empezó por la personal en “Instruc­ciones”, continuó con la familiar y la del entorno social inmediato en “Ocu­paciones raras”–, incluyendo aquella que está fuera del alcance directo del ser humano y que se circunscribe a la realidad geopolítica de la que es ob­jeto por interactuar sin alternativa dentro de una sociedad mundializada.
     A diferencia de “Casa Tomada” y “Ómnibus”, ambos cuentos de su obra Bestiario, en esta sección es probable que Cortázar únicamente haya de­jado ver entrelíneas y a través de estos cuentos fantásticos y sumamente
graciosos sus críticas a los sistemas sociales, culturales y políticos, tanto mundia­les como argentinos, porque así lo pedía la naturaleza de la obra que estudia­mos, la cual es más íntima y más personal. Recordemos que para muchos, en especial para los argentinos, Cortázar es un escritor que no se adueña del contexto peronista al que otros sí se adhirieron en su momento; por el contrario, formó parte de las filas antiperonistas junto a Borges y Bioy Casa­res, dejando así muy en claro en todas sus obras que su labor era creativa y no de defensa de un postulado político o ideológico, acaso una suerte de reproche contra la contaminación a la esencia de la expresión creativa del ser encabezada por la actitud de las masas creyentes de la es­trategia política de Perón.[4]
     Un ejemplo lo tenemos en el “Cuento sin moraleja”:
     —Vengo a venderle sus últimas palabras —dijo el hombre—. Son
muy importantes porque a usted nunca le van a salir bien en el momento, y en cambio le conviene decirlas en el duro trance para configurar fácil­mente un destino histórico retrospectivo.
     —Traducí lo que dice —mandó el tiranuelo a su intérprete.
     —Habla en argentino, Excelencia.
     — ¿En argentino? ¿Y por qué no entiendo nada? [p. 111].

     El rechazo a una ya anunciada globalización –que como todos sabemos es el sobrenombre de lo que en los anales de una historia futura se cono­cerá como Imperialismo Yanqui­– se observa en los cuentos “Posibilidades de la abstracción”, en donde el narrador es el protagonista que posee una inusitada capacidad para abstraerse de su mundo de negocios al disfrutar de “papar moscas” antes que desempeñarse diligentemente en la Unesco; y
en “Pequeña historia tendiente a ilustrar lo precario de la estabilidad dentro de la cual creemos existir, o sea que las leyes podrían ceder terreno a las ex­cepciones, azares o improbabilidades, y ahí te quiero ver”, en la que cuenta cómo los miembros de una imaginaria OCLUSIOM (burla total del sistema oclusivo) eligen por unanimidad la nueva mesa directiva de su comité a puras personas de diferentes naciona­lidades que ostentan el nombre de Félix, con lo que quizá el autor quiso dar a entender que aunque sean de puntos geográficos diferentes, todos los políticos son iguales. Y cuánta razón tenía…
     Muy bien, dejémonos de activismos políticos y continuemos. Si usted ha llegado al cuento “Las líneas de la mano”, felicidades. Ahora está usted perfectamente acondicionado para leer lo que realmente importa, que es la vida de los curiosos cronopios y sus amigos esperanzas y famas.



¿Qué es un cronopio? Etimología de la palabra
Desde su aparición, la palabra cronopio dio de vueltas en la cabeza de muchos etimólogos, lingüistas, semiólogos, críticos literarios, escritores chafos y envidiosos y, por supuesto, fanáticos de Cortázar.
     Seguramente que lo primero que tanto usted como yo (o quizás nada más yo) hicimos, fue consultar en el Pequeño Larousse Ilustrado  la palabra. Al ver que no existía, comenzamos una serie de conjeturas alrededor de este sustantivo –debe ser un sustantivo, ¿o será un adjetivo?– con el que Cortázar no sólamente hizo un libro y deshizo mentes obtusas con sus cuentos surrealistas en donde algunos poseían cierta rítmica (y que para acabarla, en su conjunto, eran una especie de historia que incluía fases mí-
ticas y toda la cosa); sino que tuvo el descaro de usarlo para describir (¿entonces, sí es un adjetivo?) al saxofonista Louis Armstrong (“Louis, enormísimo Cronopio” –y de inmediato nos suena como a un gran sapo, a un caleidoscopio chido o a un pelmazo de proporciones gigantes–) en una crónica realizada en 1952 sobre un concierto de jazz ofrecido por el conocido “saxofonista de color” en los Campos Elíseos como pocos cronistas de jazz han sabido hacerlo.[5]
     Y de tales conjeturas, sacamos varias hipótesis, de las cuales, tres nos parecieron más o menos aceptables, y que por estar hablando de cosas surrealistas, las llamamos “ondas”, y así nos vemos muy ad hoc (o muy nacos, vaya usted a saber) al estilo empleado por el autor. Tales hipótesis son:
     Hipótesis 1: Onda Metafísica. Si partimos de la definición del surrealismo como una de las grandes corrientes artísticas del siglo XX que consiste en la superación de la realidad fragmentaria que nos presenta nuestra lógica, nuestra moral y nuestra estética rígida, para llegar a una realidad superior del hombre: el inconsciente,[6] y siguiendo las bases de la RAE para la formulación de palabras compuestas, podríamos decir que la pala-

bra cronopio viene Cronos (tiempo), y… ¿opio? Teoría que todos acepta-
mos porque, desde una perspectiva de hombre común y corriente, podríamos entender a esta obra de Cortázar como una serie de textos resultantes de varias sesiones de fumadas de opio.
     Entonces, en la hipótesis 1, la palabra cronopio se definiría como “un ser que es un disidente del reino de Cronos porque fue emancipado por el opio, por lo que es libre y feliz”.
     Hipótesis 2: Onda Lúdica.  Dado que Cortázar era un escritor al que le gustaba jugar a ganar con sus lectores, no resultaría descabellado pensar que probablemente haya pensado en que algunos llegaríamos a la hipótesis 1 como resultado de un juego inicial por entender su libro y entenderlo a él.
     Entonces eligió ambas palabras (Cronos y opio) para dar espacio libre a la imaginación. Y sonrió infantilmente malicioso al ver impreso el primer tiraje de este libro.
     Hipótesis 3: Onda Cruel. Derivado del mismo juego, no debería sorprendernos que Cortázar, al fin escritor (y además argentino) quisiera divertirse un poco presentando no solamente la palabra cronopio ante sus posibles víctimas, sino también el legado consistente en un conjunto de textos rarísimos que no tienen sentido porque no fueron escritos utilizándolo. Y entonces resultaría que ni es Cronos + Opio, ni es un juego de la gallinita ciega, ni nada por el estilo: Cortázar nos estaría viendo la cara de tontos y ya.

La refutación del método científico (o fíjese que por ahí no va la cosa)
     Sin embargo, ninguna de las tres hipótesis es la real. En una entrevista
que Cortázar le da a Omar Prego Gadea, revela el origen de la palabra cronopio:[7]
Ahora, de dónde venían no lo sabré nunca (…). Esto pasó poco tiempo después de mi llegada a Francia. Yo estaba una noche en el teatro Des

Champs Elysées; había un concierto que me interesaba mucho, yo es-
taba solo, en lo más alto del teatro porque era lo más barato. Hubo un entreacto y toda la gente salió (…). Yo no tuve ganas de salir y me quedé sentado en mi butaca, y de golpe me encontré con el teatro vacío, (…) y de golpe vi (…) en el aire de la sala del teatro, vi flotar unos objetos cuyo color era verde, como si fueran globitos, globos verdes que se desplazaban en torno mío (…). Y junto con la aparición de esos objetos verdes, que parecían inflados como globitos o como sapos o algo así, vino la noción de que esos eran los cronopios. La palabra vino simultáneamente con la visión.
    Sobre esa palabra muchos críticos se han partido las meninges porque han buscado por el lado del tiempo, de Cronos, para ver si había una pista metafísica. No, en absoluto; es una palabra que vino por pura invención, conjuntamente con las imágenes. Bueno, después empezó a entrar la gente, siguió el concierto y yo escuché la música y me fui.
    
     Y ése es el origen de la palabra cronopio. Y de ahí pa’l real lo han usado indistintamente para designar a su creador y a todo personaje que sea un fregón de las grandes ligas, muchas veces sin saber qué quiere decir cronopio. Juzgue usted.

La fase mitológica vs. la fase real de los Cronopios y los Famas: O invéntese algo y compleméntelo después
Hay algo raro en la manera en que tanto los cronopios como los famas y los
esperanzas se desplazan a lo largo de la obra, y es que los primeros textos que aluden a la aparición de estos seres (ubicados dentro del capítulo I, conocido como “Primera y aún incierta aparición de los cronopios, famas y esperanzas. Fase mitológica”) son verdaderamente extraños e incluso, como


se verá después, su contenido no tiene repercusión alguna en el capítulo
siguiente. Aquí un ejemplo, tomado del cuento “Costumbres de los famas”:

Sucedió que un fama bailaba tregua y bailaba catala delante de un almacén lleno de cronopios y esperanzas. Las más irritadas eran las esperanzas porque buscan siempre que los famas no bailen tregua ni catala sino espera (…).
     (…) Pero el fama bailaba y se reía, para menoscabar a las esperanzas.
     Entonces los esperanzas se arrojaron sobre el fama y lo lastimaron.
     Los cronopios vinieron furtivamente (…). Rodeaban al fama y lo compadecían, diciéndole así:
     —Cronopio, cronopio, cronopio.
     Y el fama comprendía, y su soledad era menos amarga [p. 121].
     
      Nótese que ya comienza a verse el mundo raro de los cronopios al ingresar las palabras catala, espera y tregua como nombres de bailes. Por favor, no intente consultarlos, pues resultará una tarea infructuosa y frustrante que quizá lo lleve a darse por vencido y no leer el resto del libro. Como dije antes, limítese a leer y a sentir lo que dice el autor.
     Elegí este fragmento porque considero que es el que más evidentemente muestra una oposición a los roles de cada uno de los personajes, los cuales se verán a continuación. La confusión se presta porque en el capítulo II, de-
nominado ya propiamente “Historias de Cronopios y de Famas”, a los famas se les presenta diametralmente opuestos a como se presentaron en un inicio –ser vulnerable y alegre, temerario e incluso retador social–. A esto, Cortázar dice:

(…) llegó un día, cuando terminé de escribir esa fase mitológica, en que
yo ya los veía con suficiente claridad como para empezar a escribir historias más definidas. Creo que a partir de entonces hay una coherencia.
Porque al principio hay cosas muy contradictorias en relación con su conducta. Pero a mí me pareció bien darle el conjunto del trabajo al lector, para que él hiciera un poco el mismo camino.[8]

     Esto es lo único que creo que pudiéramos criticarle a Cortázar: ¿Por qué poner sus borradores de cronopios en un libro que vio la luz en 1962? ¿Para hacer más voluminoso el libro? ¿Para hacerle al cuento de una posible fase mitológica?
     Entendemos por fase mitológica aquella que habla de una posibilidad de un origen primitivo y cuyos datos se acercan más al mito que a la realidad; pero que en todo caso, las características, si bien primitivas, corresponden más o menos a lo que en una etapa más concreta se puede determinar del sujeto u objeto del que se está hablando. Y en la fase mitológica de Cortázar no existe una correspondencia lógica que sustente el planteamiento de estos seres ilógicos. Es decir, una cosa es que los personajes sean ilógicos y otra que no haya lógica en su evolución.
     Y ante este dilema, no nos queda más que decir que ésta es una costumbre que se da en los escritores de renombre; es algo así como la puesta en práctica del refrán “crea fama y échate a dormir”.

Los cronopios: artistas para algunos, vagabundos para los famas.
Si hay algo por lo que este libro ha sido considerado como entrañable por varios artistas, críticos literarios e intelectuales, es precisamente por las características del personaje principal, que son los cronopios.
     A pesar de que el escritor desde un principio tuvo bien delimitado el alcance de los cronopios, en la fase mitológica se les presenta como seres a
los que la sociedad les pasa por alto su negligencia (o que son pasados con negligencia su altura); situación que luego se modifica al ser ellos los que encarnen al artista, al idealista por excelencia, el que a pesar de muchos avatares, es feliz con las ciudades a las que viaja: “La hermosísima ciudad”, dicen a la hora de dormir porque creen que estas cosas les pasan a todos, mientras que los famas se previenen hasta con las listas de los doctores en turno del hospital de la ciudad a visitar. Es el que deja que sus recuerdos anden jugando libres por la casa, llenándola de gritos, y haciendo que los famas se exasperen porque ellos embalsaman sus recuerdos para dejarlos inmóviles.  
     De alguna manera, los cronopios vienen siendo la creación del alter ego de un Cortázar que veía la vida de una manera distinta e incluso, pudiera ser una especie de confesión de todas las experiencias restrictivas que vivió por ser el Cronopio Mayor, por así decirlo.
     Por otra parte, los famas hacen el contrapeso al personificar la esencia de la burguesía dedicada a las tareas comunes, aburridas y planeadas, sería algo así como la sociedad en general. Pareciera que es una crítica a la comodidad argentina de los años cincuentas y sesentas.
     Cortázar tiene la capacidad de proyectar la imagen que los famas y los esperanzas reciben del cronopio, al grado de que el lector bien puede asociarlos –si se identifica más con los famas o los esperanzas– como unos vagabundos lelos:
Un cronopio iba a lavarse los dientes junto a su balcón y poseído de una grandísima alegría al ver el sol de la mañana (…) apretó enormemente el tubo de pasta dentífrica (…), entonces empezó a sacudir el tubo por la ventana y los pedazos de pasta rosa caían por el balcón a la calle donde varios famas se habían reunido a comentar novedades municipales.
     (…)—Cronopio, has estropeado nuestros sombreros, por lo cual ten-

drás que pagar. (…)
     —¡¡Cronopio, no deberías derrochar así la pasta dentífrica!! [p. 163].
                                                                                      
Esperanzas: ¿Lo que nunca llega?
Un elemento raro en este libro, es la inclusión de los personajes llamados esperanzas. A simple vista uno pudiera pensar que se trata de una especie intermedia que proporciona a aquel lector inconforme con la aparición de los extremos “encarnados” en los cronopios y los famas.
     Pero en realidad es como una reflexión triste que Cortázar hace de lo que llamamos una esperanza. En todo el libro, son pocas las veces que se les da el rol protagónico de los cuentos. A excepción de “Filantropía” y “Su fe en las ciencias”, los esperanzas rara vez aparecen realizando acciones que llamen la atención del lector. Hay incluso una sentencia en el cuento “El canto del cronopio” donde dice “los famas son buenos y las esperanzas bobas” [p. 145].
     En realidad, la lectura de los esperanzas, de sus acciones y de su poca participación, dan una impresión de mediocridad, justo a lo que probablemente sintiera Cortázar que es una esperanza: algo difuso, lánguido, poco firme, algo que nunca llega.

Cuento “El almuerzo” La cosmogonía cortazar-cronopiana
Existe un cuento que el mismo autor lo define como un híbrido entre fichero y curriculm vitae llamado “El almuerzo”. Aquí nos explica cuál es la esencia de cada uno de los personajes, utilizando términos psicológicos y algo marxistas:

Aplicando sus descubrimientos estableció que el fama era infra-vida, la esperanza para-vida, y el profesor de lenguas inter-vida. En cuanto al cronopio mismo, se consideraba ligeramente super-vida, pero más por poesía que por verdad. [p. 137].

     Si nos ponemos a estudiar minuciosamente lo que quiso decir Cortázar, encontraremos la ironía más sutil expresada a lo largo de su libro. El decir que un fama es infra-vida nos remite a la noción de que para él, ser una persona común está por debajo de los estándares de vida; y el que una esperanza fuese para-vida nos intenta decir que la esperanza corre paralelamente a la vida en sí misma, es algo que no se alcanza por su capacidad de abstracción de las cosas terrenas. De la super-vida existe una clara tendencia a verter en el cronopio el objetivo último del artista de estar sobre los estándares comunes de la vida; concepto que él mismo constriñe al decir que se piensa así más por poesía que por verdad. Es decir, se siente que ese es su final por responder a la creación sublime y estética, aunque sepa que la realidad es otra muy distinta.
     En cuanto al profesor de lenguas, es divertido ver que lo introduce como personaje, pues con ello intenta decir que para entender a estos tres tipos de personalidades se necesita un intérprete, ya que ninguno de los tres mira la vida de la misma manera que el resto.

Una tortuga voladora
Seguramente y después de tantas palabras, a usted ya le dieron ganas de sentarse a leer y reír de la aparente nada con este librito chistoso e hipersurrealista, que si hubiera sido escrito en el apogeo de la época hippie quizá no habría salido igual.
     Y aunque no debería ser un fin último el desear que usted se fuera convencido de que vale más la pena vivir la vida como un cronopio que como


un arrogante fama –o peor aún, como una escuálida esperanza–, reconozco que no me importaría mucho que me criticara por insistir en ello.
     Es por eso que cierro este breve ensayo con un extracto del cuento “Sus historias naturales”, que es el último de los cuentos de este libro, esperando que sepa elegir al mejor de los tres:

TORTUGAS Y CRONOPIOS
Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural.
     Las esperanzas lo saben, y no se preocupan.
     Los famas lo saben, y se burlan.
     Los cronopios lo saben, y cada vez que encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujan una golondrina.



[2] Citado por Andrei Kofman en su ensayo Los estereotipos artísticos y su función en la formación de la literatura latinoamericana”. http://www.uaemex.mx/plin/colmena/Colmena38/Aguijon/Kofman.html

[3] Sabemos que es lo suficientemente conocida en el medio como para abundar en el personaje de Lalo España.

[4] Léase el conjunto de artículos de Iván De la Torre “Peronismo versus escritores: entre el amor y el espanto” en http://www.henciclopedia.org.uy/autores/Delatorre/Peronismo.htm

[7] Tal entrevista puede ser revisada en el sitio: http://www.geocities.com/juliocortazar_arg/sobrecronopios.htm que hasta el día 19 de abril se podía ver, pero que por fallas tecnócratas en los momentos en los que hago los pies de página no.

[8] Ibid.

POSTDATA: Todos los cuentos provienen de Julio Cortázar, Historias de Cronopios y de Famas, dentro de la antología Cuentos Completos/2. Punto de Lectura, 2ª ed., Buenos Aires, 2007

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