JULIO,
ESE (GRAN / DETESTABLE) CRONOPIO
(Un
intento de explicación de lo que es un Cronopio)
A que un día le
dijeron que si de verdad lo admiraba tenía que leerle –y gustarle– este
engendro surrealista que se supone es una de sus mejores obras. Y a que usted
aceptó el reto y lo perdió porque no terminó de leerlo debido a su
incomprensible (e incluso, a simple vista, sicodélico y sangrón) discurso.
Estoy segura que jamás lo volvió a abrir. Es más, adivino que lo tiene por ahí,
todo empolvado y sujetando papeles o deteniendo lapiceras.
…Y casi creo haberlo visto cuando intentó
aplastar mis letras dándole vuelta a la página en cuanto leyó la palabra cronopio…
Lo oí suspirar hasta acá justo cuando leyó también “intento de explicación” y
lo convencí de quedarse.
Verá, hace veinticinco años murió Julio
Cortázar, apodado por sus fanáticos “El Gran Cronopio” (no se rasque tanto,
que le faltan otros treinta y tantos cronopios
por leer). El autor de Rayuela ha
sido considerado por muchos el único escritor latinoamericano contemporáneo –uno
de los protagonistas del Boom Latinoamericano–
que de verdad se aventuró a jugar en los linderos de lo lúdico y lo ilógico
como vía de creación y expresión literarias sin caer en mamarruchadas propias
de creadores de segunda que lo único que hacen (aparte de gastar tinta y papel
en vano) es un reverendo ridículo. En su haber literario existe una larga lista
de cuentos, una novela estilo “bebeleche”, alguno que otro poema… y un libro
raro, de esos verdaderamente extraños, que se titula Historias de Cronopios y de Famas. Qué mejor homenaje, creo yo, que
intentar explicar su libro más experimental, pero al mismo tiempo, más
personal, más íntimo (a ojos de una estudiante de letras, claro), más libre y
con más derechos que otros de ser llamado literalmente un “hijo de tigre”.
Cortázar no escribió cosas raras.
Simplemente escribió y ya. Tomó a la literatura como un mecanismo de expresión
artística que para su eficacia no debe ser atado a las reglas de la lógica que
comúnmente usamos en nuestras vidas cotidianas, sobre todo si hablamos del
género de la ficción. Las cosas comunes no son musas para lo ficticio, pues de
ser así dejaría de serlo. Alguien que se dedique a fabricar realidades a través
de las letras –como Cortázar– lo sabe muy bien. Lo que sucede, es que este tipo
de creaciones han sido desplazadas por imágenes estrambóticas y completamente
incoherentes (ilógico no es lo mismo que incoherente) que aparecen de la nada
en nuestros televisores y en las pantallas de las computadoras; y se quedan
como si nada deambulando en nuestras vidas. Es como si la locura suplantara a
la imaginación. Y ya veremos que tampoco es lo mismo estar fuera de nuestros
cabales que imaginar.
Leer en pelotas… mentales
Para poder agarrarle
el gusto a la lectura de este librito tan singular, le pediré que se despoje de
todas las ideas cuadradas y todos los prejuicios que a lo largo de su vida le
han ido inyectando los diferentes sistemas, desde el familiar hasta el
educativo. Vaya, hágalo no porque yo se lo requiera (después de todo a mí ni me
conoce). Más bien, hágalo porque es un requisito esencial para entender a un
cronopio llamado Cortázar.
Instrucciones para leer a un Cronopio
Si usted realmente
desea entender a Cortázar en esta obra hecha a base de viñetas, ensayos líricos
y cuentitos surrealistas, le sugiero que empiece a leer el libro como Dios
manda, y no al estilo Rayuela. Es decir, desde el principio y
sin alternar las secciones de que está compuesto. De otro modo,
le será muy difícil,
por no decir que imposible, comprender lo que este escritor, que también fue
maestro de primaria y nació en una embajada argentina en Bruselas, quiso decir.
Con el afán de que sus lectores lograran
entender y convivieran “sanamente” con los objetos húmedos y verdes que son
los cronopios (o simplemente con el objetivo de jorobar almas cuadradas de
mente y corazón), Cortázar nos da un curso profiláctico con tres secciones
raras que anteceden al plato fuerte, que es precisamente la historia de la
aparición y desarrollo de los cronopios, los famas y los esperanzas.
Estas tres secciones contienen cuentos que
no tienen nada qué ver con los cronopios, salvo que son hijos del mismo
creador, quien también se encuera para mostrar la puerilidad auténtica,
sarcástica y feliz con la que ve al mundo.
La primera sección se llama Instrucciones.
Y quien lo lea ya “en pelotas mentales”, entenderá que un Cortázar desnudo
hecho niño le avisa a través de una introducción-cuento que él no está para
repetir la misma monotonía
de siempre, e incluso
lo exhorta a romperle la cabeza al mono que tiembla de frío en la mesa, que
corra desde el centro hacia la pared y se abra paso. Ahora, lo invita a
escuchar una canción:
¡Oh, cómo cantan en el piso de arriba!
Hay un piso de arriba en esta casa, con otras gentes. Hay un piso de arriba
donde vive gente que no sospecha su piso de abajo, y estamos todos en el
ladrillo de cristal [p. 14].
No intente explicar la imagen descrita en
el párrafo anterior. Simplemente imagínela (que por algo es imagen) y ya. Una
vez logrado esto, hemos entrado a la dimensión cronopiana de Cortázar.
En Cortázar se puede apreciar la
confluencia de tres aspectos más o menos visibles y que pueden ser admirables o
detestables, a saber del juicio de valor que el lector imponga. Dando por
sentado que a este célebre niño escritor le importaba un cuerno lo que pensaran
los demás de él, a no ser que se tratara de Mafalda (“No importa lo que yo
pienso de Mafalda, sino lo que Mafalda piensa de mí”), [1]
entonces no nos meteremos en honduras como éstas, y nos limitaremos a exponer
esos aspectos visibles:
El primero, que el Gran Cronopio era un
escritor. Ya sabemos lo que se piensa de los escritores: que son ególatras,
burlones de la inferioridad intelectual de los que no son artistas,
indiferentes al entorno social por cuanto a las actividades superficiales que
mantiene el resto de los hombres
entre sí, egoístas, individualistas tirándole al ostracismo, hedonistas, con un
potencial de imaginación enorme que muchas veces es confundido por ese resto como el estado cumbre de un marihuano
felizmente en éxtasis; y hasta sangrones. Pero también –y en especial los escritores
latinoamericanos del siglo XX– son conocidos como los que dieron nombre a lo
existente, a la tradición, a lo ausente de la misma, a las formas del
pensamiento y de la naturaleza, de las relaciones sociales y sus productos. Se
les conoció como autoexploradores de un mundo raro llamado Latinoamérica. Como
Alejo Carpentier tiene a bien decir, “el escritor latinoamericano es el Adán
que nombra las cosas de su mundo”.[2]
Y eso es lo que hace Cortázar: definir su mundo a partir de sí mismo.
El segundo, es la imposición de facto y total
derivada del desempeño de un rol infantil y creador. Si usted ha tenido la oportunidad
de jugar con algún engendrito de unos seis u ocho años, verá que apenas el
enano de candorosa aura lo ha hecho partícipe de sus juegos, usted ya ha
perdido toda fuerza de voluntad y derecho de ejercer la palabra. Se convierte
en un ju
guete más (acaso
distinto porque usted es un ser animado) que juega con otros juguetes (los que
el monstruito le da) al juego que el enanito ha decidido jugar. No se le
ocurra cambiar los patrones de juego, o aquello se convertirá en la erupción
del Vesubio del año 79 d.C. Quién diría que el duendecillo tierno e indefenso
puede convertirse en todo un dictador. Pero todo tiene sus ventajas: apegarse a
las reglas inamovibles y rígidas del juego de los niños le permite volver a ese
lugar en el que alguna vez usted también estuvo, pero que por tantas cuentas
por pagar, tantas mujeres (o tantos hombres) por conquistar, tantos lastres de
vida por cargar, se le han olvidado. Julio Cortázar lo sabe y lo invita a
participar en su juego sin oportunidad de que usted imponga excepción a regla
alguna de las que él minuciosamente ya ha preparado con anterioridad. Sí,
Julio Cortázar era un niño.
El tercero, que Julio Cortázar era
argentino. Ya lo dijo Márgara Francisca
en su prosaico
programa del Telehit:[3]
“En realidad, todo argentino es un chi-lango de clóset y viceversa”. En toda
la obra de Cortázar siempre se encontrarán restos de un aire de soberbia
natural que de alguna manera tiene relación directa con el país de embalaje de
su autor, Argentina. Esto, lejos de ser irritante, si se tiene la voluntad de
dejar de ser un lector común para convertirse en un participante de un juego
feliz, pudiera resultar interesante por el dinamismo que otorga a sus letras,
muy similar a una mano que sale de su libro para picarle la panza hasta hacerlo
reír.
Tenemos así que en los siguientes textos de
la sección “Instrucciones” se encuentran elementos muy sui generis –resultado de meter en la licuadora los tres aspectos a
que ya hicimos referencia– como los de entender a través de los ojos de
Cortázar una obra de arte (léase las “Instrucciones para entender tres pinturas
famosas”, toda una apología al caos explicativo y a
la crítica irónica de
la teoría clásica de la apreciación artística); cómo se ven
los escalones y cómo
pueden ser subidos en el cuento “Instrucciones para subir una escalera”: “Las
escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan
particularmente incómodas” [p.
27].
Y el más importante, el que le da color al
terreno lúdico “cortazariano”, es el elemento desarrollado en el “Preámbulo a
las instrucciones para dar cuerda al reloj”, en donde habla de su concepto
personal del tiempo como una imposición social más que agita las nociones de la
libertad del ser y del mundo de la creación humana:
Piensa en esto: cuando te regalan un
reloj, te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas (…); te
regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las
joyerías (…). No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para
el cumpleaños del reloj [p. 29].
Y es que a Cortázar le gustaba ser
irreverente con el tiempo, “chorearse” a Cronos. Esto queda claramente expuesto
en el cuento “El perseguidor”, cuando su protagonista, el saxofonista Johnny
Carter, lanza la frase célebre “Esto ya lo toqué mañana”.
Hasta aquí, la fase de iniciación. Si
usted ha seguido al pie de la letra las instrucciones que le da Cortázar, le
encantarán las dos secciones siguientes.
Los Locos Adams Gauchos
Si se va con la finta
de que la sección “Ocupaciones raras” le hablará de coleccionadores de
medicamentos caducos o “limpiamondadientes”, se ha equivocado otra vez.
Esta sección es la historia en presente de
una familia rara, muy al estilo
de Los Locos Adams, a
la que Cortázar le dio vida con gran cariño, pues sugiere la representación gráfico-literaria
de lo que para él sería el ideal de la clase media argentina de los años
cincuentas y sesentas. Es la imagen que Cortázar tiene de la utopía de esta
clase social, en la que mezcla la apoteosis del lenguaje prosaico de sus
personajes y quienes al mismo tiempo presentan características que difícilmente
encajarían en la verdadera clase social a la que alude. Un ejemplo de ello
viene en el cuento “Etiqueta y prelaciones”, donde el narrador hace alarde del
buen gusto que tienen él y su familia para describir a las personas y a las
situaciones:
(…) bastará citar el caso de mi tía la
segunda. Visiblemente dotada de un trasero de imponentes dimensiones, jamás nos
hubiéramos permitido ceder a la fácil tentación de los sobrenombres naturales;
así, en vez de darle el apodo brutal de Ánfora Etrusca, estuvimos de acuerdo en
el más decente y familiar de La Culona. [p. 39].
Los miembros de esta numerosa familia
retan a la sociedad normal construyendo entre todos un patíbulo en su casa,
domando tigres en la sala, regalando globos en la ventanilla de correos o
llorando a franco pulmón abierto en velorios de desconocidos cuyos parientes
lloran por cortesía o por pura hipocresía familiar.
En síntesis, esta sección es un “agente
coadyuvante” del desprendimiento de los estándares familiares que a veces (o
mejor dicho, siempre) impiden el desarrollo de la imaginación en la etapa
adulta.
Material plástico (o los cuentos antisociales de Cortázar)
Siguiendo la ruta
estrafalaria de Cortázar, nos adentramos a una sección que si bien tiene las
notas extrañas de las dos secciones anteriores y que vendría a dar un soporte e
incluso la consistencia final al pensamiento cronopiano (como sinónimo de
íntimo) de su autor, da al inicio la impresión de
que pudo ser
integrada en otra obra que hablara de surrealismos varios, pues es la que, a
pesar de ser una conexión o puente entre la historia de los cronopios y el
mundo feliz por el que Cortázar confiesa desplazarse, posee mayor autonomía de
las cuatro secciones. Pero ya se verá que no es así.
En realidad, esta sección es el punto
cumbre que arranca del lector en su totalidad toda clase de imposición –empezó
por la personal en “Instrucciones”, continuó con la familiar y la del entorno
social inmediato en “Ocupaciones raras”–, incluyendo aquella que está fuera
del alcance directo del ser humano y que se circunscribe a la realidad
geopolítica de la que es objeto por interactuar sin alternativa dentro de una
sociedad mundializada.
A diferencia de “Casa Tomada” y “Ómnibus”, ambos cuentos de su obra Bestiario, en esta sección es probable
que Cortázar únicamente haya dejado ver entrelíneas y a través de estos
cuentos fantásticos y sumamente
graciosos sus
críticas a los sistemas sociales, culturales y políticos, tanto mundiales como
argentinos, porque así lo pedía la naturaleza de la obra que estudiamos, la cual
es más íntima y más personal. Recordemos que para muchos, en especial para los
argentinos, Cortázar es un escritor que no se adueña del contexto peronista al
que otros sí se adhirieron en su momento; por el contrario, formó parte de las
filas antiperonistas junto a Borges y Bioy Casares, dejando así muy en claro
en todas sus obras que su labor era creativa y no de defensa de un postulado
político o ideológico, acaso una suerte de reproche contra la contaminación a
la esencia de la expresión creativa del ser encabezada por la actitud de las
masas creyentes de la estrategia política de Perón.[4]
Un ejemplo lo tenemos en el “Cuento sin
moraleja”:
—Vengo a venderle sus últimas palabras —dijo el hombre—. Son
muy importantes porque a usted nunca le
van a salir bien en el momento, y en cambio le conviene decirlas en el duro
trance para configurar fácilmente un destino histórico retrospectivo.
—Traducí lo que dice —mandó el tiranuelo a su intérprete.
—Habla en argentino, Excelencia.
— ¿En argentino? ¿Y por qué no
entiendo nada? [p. 111].
El rechazo a una ya anunciada
globalización –que como todos sabemos es el sobrenombre de lo que en los anales
de una historia futura se conocerá como Imperialismo Yanqui– se observa en
los cuentos “Posibilidades de la abstracción”, en donde el narrador es el
protagonista que posee una inusitada capacidad para abstraerse de su mundo de
negocios al disfrutar de “papar moscas” antes que desempeñarse diligentemente
en la Unesco; y
en “Pequeña historia
tendiente a ilustrar lo precario de la estabilidad dentro de la cual creemos
existir, o sea que las leyes podrían ceder terreno a las excepciones, azares o
improbabilidades, y ahí te quiero ver”, en la que cuenta cómo los miembros de
una imaginaria OCLUSIOM (burla total del sistema oclusivo) eligen por
unanimidad la nueva mesa directiva de su comité a puras personas de diferentes
nacionalidades que ostentan el nombre de Félix, con lo que quizá el autor
quiso dar a entender que aunque sean de puntos geográficos diferentes, todos
los políticos son iguales. Y cuánta razón tenía…
Muy bien, dejémonos de activismos políticos
y continuemos. Si usted ha llegado al cuento “Las líneas de la mano”,
felicidades. Ahora está usted perfectamente acondicionado para leer lo que
realmente importa, que es la vida de los curiosos cronopios y sus amigos esperanzas
y famas.
¿Qué es un cronopio? Etimología de la palabra
Desde su aparición,
la palabra cronopio dio de vueltas en
la cabeza de muchos etimólogos, lingüistas, semiólogos, críticos literarios,
escritores chafos y envidiosos y, por supuesto, fanáticos de Cortázar.
Seguramente que lo primero que tanto usted
como yo (o quizás nada más yo) hicimos, fue consultar en el Pequeño Larousse Ilustrado la palabra. Al ver que no existía, comenzamos
una serie de conjeturas alrededor de este sustantivo –debe ser un sustantivo,
¿o será un adjetivo?– con el que Cortázar no sólamente hizo un libro y deshizo
mentes obtusas con sus cuentos surrealistas en donde algunos poseían cierta
rítmica (y que para acabarla, en su conjunto, eran una especie de historia que
incluía fases mí-
ticas y toda la
cosa); sino que tuvo el descaro de usarlo para describir (¿entonces, sí es un
adjetivo?) al saxofonista Louis Armstrong (“Louis, enormísimo Cronopio” –y de
inmediato nos suena como a un gran sapo, a un caleidoscopio chido o a un
pelmazo de proporciones gigantes–) en una crónica realizada en 1952 sobre un
concierto de jazz ofrecido por el conocido “saxofonista de color” en los Campos
Elíseos como pocos cronistas de jazz han sabido hacerlo.[5]
Y de tales conjeturas, sacamos varias
hipótesis, de las cuales, tres nos parecieron más o menos aceptables, y que por
estar hablando de cosas surrealistas, las llamamos “ondas”, y así nos vemos muy
ad hoc (o muy nacos, vaya usted a
saber) al estilo empleado por el autor. Tales hipótesis son:
Hipótesis 1: Onda Metafísica. Si partimos
de la definición del surrealismo como una
de las grandes corrientes artísticas del siglo XX que consiste en la superación
de la realidad fragmentaria que nos presenta nuestra lógica, nuestra moral y
nuestra estética rígida, para llegar a una realidad superior del hombre: el
inconsciente,[6]
y siguiendo las bases de la RAE para la formulación de palabras compuestas,
podríamos decir que la pala-
bra cronopio viene Cronos (tiempo), y… ¿opio? Teoría que todos
acepta-
mos porque, desde una perspectiva de hombre común y corriente, podríamos
entender a esta obra de Cortázar como una serie de textos resultantes de varias
sesiones de fumadas de opio.
Entonces, en la hipótesis 1,
la palabra cronopio se definiría como “un ser que es un disidente del reino de
Cronos porque fue emancipado por el opio, por lo que es libre y feliz”.
Hipótesis 2: Onda Lúdica. Dado que Cortázar era un escritor al que le
gustaba jugar a ganar con sus lectores, no resultaría descabellado pensar que
probablemente haya pensado en que algunos llegaríamos a la hipótesis 1 como
resultado de un juego inicial por entender su libro y entenderlo a él.
Entonces eligió ambas
palabras (Cronos y opio) para dar espacio libre a la imaginación. Y sonrió infantilmente
malicioso al ver impreso el primer tiraje de este libro.
Hipótesis 3: Onda Cruel.
Derivado del mismo juego, no debería sorprendernos que Cortázar, al fin
escritor (y además argentino) quisiera divertirse un poco presentando no
solamente la palabra cronopio ante sus posibles víctimas, sino también
el legado consistente en un conjunto de textos rarísimos que no tienen sentido
porque no fueron escritos utilizándolo. Y entonces resultaría que ni es Cronos
+ Opio, ni es un juego de la gallinita ciega, ni nada por el estilo: Cortázar
nos estaría viendo la cara de tontos y ya.
La refutación del método
científico (o fíjese que por ahí no va la cosa)
Sin embargo, ninguna de las
tres hipótesis es la real. En una entrevista
que Cortázar le da a Omar Prego Gadea, revela el origen de la palabra
cronopio:[7]
Ahora, de
dónde venían no lo sabré nunca (…). Esto pasó poco tiempo después de mi llegada
a Francia. Yo estaba una noche en el teatro Des
Champs
Elysées; había un concierto que me interesaba mucho, yo es-
taba solo, en
lo más alto del teatro porque era lo más barato. Hubo un entreacto y toda la
gente salió (…). Yo no tuve ganas de salir y me quedé sentado en mi butaca, y
de golpe me encontré con el teatro vacío, (…) y de golpe vi (…) en el aire de
la sala del teatro, vi flotar unos objetos cuyo color era verde, como si fueran
globitos, globos verdes que se desplazaban en torno mío (…). Y junto con la
aparición de esos objetos verdes, que parecían inflados como globitos o como
sapos o algo así, vino la noción de que esos eran los cronopios. La palabra
vino simultáneamente con la visión.
Sobre esa palabra muchos críticos se han partido las meninges porque han buscado por el lado del tiempo, de Cronos, para ver si había una pista metafísica. No, en absoluto; es una palabra que vino por pura invención, conjuntamente con las imágenes. Bueno, después empezó a entrar la gente, siguió el concierto y yo escuché la música y me fui.
Sobre esa palabra muchos críticos se han partido las meninges porque han buscado por el lado del tiempo, de Cronos, para ver si había una pista metafísica. No, en absoluto; es una palabra que vino por pura invención, conjuntamente con las imágenes. Bueno, después empezó a entrar la gente, siguió el concierto y yo escuché la música y me fui.
Y ése es el origen de la
palabra cronopio. Y de ahí pa’l real lo han usado indistintamente para
designar a su creador y a todo personaje que sea un fregón de las grandes
ligas, muchas veces sin saber qué quiere decir cronopio. Juzgue usted.
La fase mitológica vs. la fase real de los Cronopios y
los Famas: O invéntese algo y compleméntelo después
Hay algo raro en la
manera en que tanto los cronopios como los famas y los
esperanzas se
desplazan a lo largo de la obra, y es que los primeros textos que aluden a la
aparición de estos seres (ubicados dentro del capítulo I, conocido como “Primera
y aún incierta aparición de los cronopios, famas y esperanzas. Fase
mitológica”) son verdaderamente extraños e incluso, como
se verá después, su
contenido no tiene repercusión alguna en el capítulo
siguiente. Aquí un
ejemplo, tomado del cuento “Costumbres de los famas”:
Sucedió que un fama bailaba tregua y
bailaba catala delante de un almacén lleno de cronopios y esperanzas. Las más
irritadas eran las esperanzas porque buscan siempre que los famas no bailen
tregua ni catala sino espera (…).
(…) Pero el fama bailaba y se reía, para menoscabar a las esperanzas.
Entonces los esperanzas se arrojaron sobre el fama y lo lastimaron.
Los cronopios vinieron furtivamente (…). Rodeaban al fama y lo
compadecían, diciéndole así:
—Cronopio, cronopio, cronopio.
Y el fama comprendía, y su soledad era menos amarga [p. 121].
Nótese
que ya comienza a verse el mundo raro de los cronopios al ingresar las palabras
catala, espera y tregua como nombres de bailes. Por favor, no intente
consultarlos, pues resultará una tarea infructuosa y frustrante que quizá lo
lleve a darse por vencido y no leer el resto del libro. Como dije antes,
limítese a leer y a sentir lo que dice el autor.
Elegí este fragmento porque considero que
es el que más evidentemente muestra una oposición a los roles de cada uno de
los personajes, los cuales se verán a continuación. La confusión se presta porque
en el capítulo II, de-
nominado ya
propiamente “Historias de Cronopios y de Famas”, a los famas se les presenta
diametralmente opuestos a como se presentaron en un inicio –ser vulnerable y
alegre, temerario e incluso retador social–. A esto, Cortázar dice:
(…) llegó un
día, cuando terminé de escribir esa fase mitológica, en que
yo ya los
veía con suficiente claridad como para empezar a escribir historias más
definidas. Creo que a partir de entonces hay una coherencia.
Porque al
principio hay cosas muy contradictorias en relación con su conducta. Pero a mí
me pareció bien darle el conjunto del trabajo al lector, para que él hiciera un
poco el mismo camino.[8]
Esto es lo único que creo que pudiéramos
criticarle a Cortázar: ¿Por qué poner sus borradores de cronopios en un libro
que vio la luz en 1962? ¿Para hacer más voluminoso el libro? ¿Para hacerle al
cuento de una posible fase mitológica?
Entendemos por fase mitológica aquella que
habla de una posibilidad de un origen primitivo y cuyos datos se acercan más al
mito que a la realidad; pero que en todo caso, las características, si bien
primitivas, corresponden más o menos a lo que en una etapa más concreta se
puede determinar del sujeto u objeto del que se está hablando. Y en la fase
mitológica de Cortázar no existe una correspondencia lógica que sustente el
planteamiento de estos seres ilógicos. Es decir, una cosa es que los personajes
sean ilógicos y otra que no haya lógica en su evolución.
Y ante este dilema, no nos queda más que
decir que ésta es una costumbre que se da en los escritores de renombre; es
algo así como la puesta en práctica del refrán “crea fama y échate a dormir”.
Los cronopios: artistas para algunos, vagabundos para los
famas.
Si hay algo por lo
que este libro ha sido considerado como entrañable por varios artistas,
críticos literarios e intelectuales, es precisamente por las características
del personaje principal, que son los cronopios.
A pesar de que el escritor desde un
principio tuvo bien delimitado el alcance de los cronopios, en la fase
mitológica se les presenta como seres a
los que la sociedad
les pasa por alto su negligencia (o que son pasados con negligencia su altura);
situación que luego se modifica al ser ellos los que encarnen al artista, al
idealista por excelencia, el que a pesar de muchos avatares, es feliz con las
ciudades a las que viaja: “La hermosísima ciudad”, dicen a la hora de dormir
porque creen que estas cosas les pasan a todos, mientras que los famas se
previenen hasta con las listas de los doctores en turno del hospital de la
ciudad a visitar. Es el que deja que sus recuerdos anden jugando libres por la
casa, llenándola de gritos, y haciendo que los famas se exasperen porque ellos embalsaman
sus recuerdos para dejarlos inmóviles.
De alguna manera, los cronopios vienen
siendo la creación del alter ego de un Cortázar que veía la vida de una manera
distinta e incluso, pudiera ser una especie de confesión de todas las
experiencias restrictivas que vivió por ser el Cronopio Mayor, por así decirlo.
Por
otra parte, los famas hacen el contrapeso al personificar la esencia de la
burguesía dedicada a las tareas comunes, aburridas y planeadas, sería algo así
como la sociedad en general. Pareciera que es una crítica a la comodidad
argentina de los años cincuentas y sesentas.
Cortázar tiene la capacidad de proyectar
la imagen que los famas y los esperanzas reciben del cronopio, al grado de que
el lector bien puede asociarlos –si se identifica más con los famas o los
esperanzas– como unos vagabundos lelos:
Un cronopio iba a lavarse los dientes
junto a su balcón y poseído de una grandísima alegría al ver el sol de la
mañana (…) apretó enormemente el tubo de pasta dentífrica (…), entonces empezó
a sacudir el tubo por la ventana y los pedazos de pasta rosa caían por el
balcón a la calle donde varios famas se habían reunido a comentar novedades
municipales.
(…)—Cronopio, has estropeado nuestros sombreros, por lo cual ten-
drás que pagar. (…)
—¡¡Cronopio, no deberías derrochar así la pasta dentífrica!! [p. 163].
Esperanzas: ¿Lo que nunca llega?
Un elemento raro en
este libro, es la inclusión de los personajes llamados esperanzas. A simple
vista uno pudiera pensar que se trata de una especie intermedia que proporciona
a aquel lector inconforme con la aparición de los extremos “encarnados” en los
cronopios y los famas.
Pero en realidad es como una reflexión
triste que Cortázar hace de lo que llamamos una esperanza. En todo el libro,
son pocas las veces que se les da el rol protagónico de los cuentos. A
excepción de “Filantropía” y “Su fe en las ciencias”, los esperanzas rara vez
aparecen realizando acciones que llamen la atención del lector. Hay incluso una
sentencia en el cuento “El canto del cronopio” donde dice “los famas son buenos
y las esperanzas bobas” [p.
145].
En realidad, la lectura de los esperanzas,
de sus acciones y de su poca participación, dan una impresión de mediocridad,
justo a lo que probablemente sintiera Cortázar que es una esperanza: algo
difuso, lánguido, poco firme, algo que nunca llega.
Cuento “El almuerzo” La cosmogonía cortazar-cronopiana
Existe un cuento que
el mismo autor lo define como un híbrido entre fichero y curriculm vitae llamado “El almuerzo”. Aquí nos explica cuál es la
esencia de cada uno de los personajes, utilizando términos psicológicos y algo
marxistas:
Aplicando sus descubrimientos
estableció que el fama era infra-vida, la esperanza para-vida, y el profesor de
lenguas inter-vida. En cuanto al cronopio mismo, se consideraba ligeramente
super-vida, pero más por poesía que por verdad. [p. 137].
Si nos ponemos a estudiar minuciosamente
lo que quiso decir Cortázar, encontraremos la ironía más sutil expresada a lo
largo de su libro. El decir que un fama es infra-vida
nos remite a la noción de que para él, ser una persona común está por debajo de
los estándares de vida; y el que una esperanza fuese para-vida nos intenta decir que la esperanza corre paralelamente a
la vida en sí misma, es algo que no se alcanza por su capacidad de abstracción
de las cosas terrenas. De la super-vida
existe una clara tendencia a verter en el cronopio el objetivo último del
artista de estar sobre los estándares comunes de la vida; concepto que él mismo
constriñe al decir que se piensa así más
por poesía que por verdad. Es decir, se siente que ese es su final por
responder a la creación sublime y estética, aunque sepa que la realidad es otra
muy distinta.
En cuanto al profesor de lenguas, es divertido
ver que lo introduce como personaje, pues con ello intenta decir que para
entender a estos tres tipos de personalidades se necesita un intérprete, ya que
ninguno de los tres mira la vida de la misma manera que el resto.
Una tortuga voladora
Seguramente y después
de tantas palabras, a usted ya le dieron ganas de sentarse a leer y reír de la
aparente nada con este librito chistoso e hipersurrealista, que si hubiera sido
escrito en el apogeo de la época hippie quizá no habría salido igual.
Y aunque no debería ser un fin último el
desear que usted se fuera convencido de que vale más la pena vivir la vida como
un cronopio que como
un arrogante fama –o
peor aún, como una escuálida esperanza–, reconozco que no me importaría mucho
que me criticara por insistir en ello.
Es por eso que cierro este breve ensayo
con un extracto del cuento “Sus historias naturales”, que es el último de los
cuentos de este libro, esperando que sepa elegir al mejor de los tres:
TORTUGAS Y CRONOPIOS
Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural.
Las esperanzas lo saben, y no se preocupan.
Los famas lo saben, y se burlan.
Los cronopios lo saben, y cada vez que encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujan una golondrina.
Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural.
Las esperanzas lo saben, y no se preocupan.
Los famas lo saben, y se burlan.
Los cronopios lo saben, y cada vez que encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujan una golondrina.
[1] Página de los 40 años de
Mafalda: http://www.clubcultura.com/clubhumor/mafalda/index/nacimiento.htm
[2] Citado por Andrei Kofman en su ensayo
Los estereotipos artísticos y su función en la formación de la literatura
latinoamericana”. http://www.uaemex.mx/plin/colmena/Colmena38/Aguijon/Kofman.html
[3] Sabemos que es lo suficientemente
conocida en el medio como para abundar en el personaje de Lalo España.
[4] Léase el
conjunto de artículos de Iván De la Torre “Peronismo versus escritores: entre
el amor y el espanto” en http://www.henciclopedia.org.uy/autores/Delatorre/Peronismo.htm
[5] Puede leer este ensayo accesando el
url: http://www.art-e-facto.net/julio-cortazar-louis-enormisimo-cronopio/
[6] Vea al respecto: http://www.geocities.com/pens_arte/surrealismo.htm
[7] Tal entrevista puede ser revisada en
el sitio: http://www.geocities.com/juliocortazar_arg/sobrecronopios.htm
que hasta el día 19 de abril se podía ver, pero que por fallas tecnócratas en
los momentos en los que hago los pies de página no.
[8] Ibid.
POSTDATA:
Todos los cuentos provienen de Julio Cortázar, Historias de Cronopios y de Famas, dentro de la antología Cuentos Completos/2. Punto de Lectura,
2ª ed., Buenos Aires, 2007
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