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viernes, 19 de junio de 2009

Las lágrimas negras de Betsabée Romero

Este miércoles 17 asistí al museo MARCO a ver qué me encontraba, aprovechando ahora que estoy de vacaciones.

No suelo elegir mis itinerarios, soy una mujer a la que le encanta agarrar su bolsa o su morral para irse a la calle. Las buenas películas son las que he visto sin planear, sin saber siquiera que existen y sin saber un día antes que iría al cine.

Pues bien, lo mismo me ocurrió con esta visita al museo regiomontano: codosaltillense que soy, aproveché también la entrada gratuita que éste ofrece tradicionalmente los días dedicados a Hermes (Mercurio), no sin confesar que cierto gusanillo de mi memoria de mediano plazo me decía que algo de Pixar estaba exhibiéndose ahí.

Si hay algo que amo de la vida, es caer en sorpresas como la que tuve al toparme con el trabajo de esta artista plástico. Entré como un elemento más de una manada de humanos que olían a lo mismo, me pegué el boleto rosa en el cuello a falta de adhesivo mejor que lo dejara en mi vestido, y lo primero que veo en la sala 1 es una llanta de plástico intervenida con chicles.

Debo reconocer que al principio mi prejuicio ya catadísimo (por el tiempo que lleva fermentándose) respecto de las nuevas propuestas plásticas del arte mexicano hizo que la comenzara a catalogar como una loquita más que pierde el tiempo tasando neumáticos y poniéndles grecas y otros motivos de estilo prehispánico y oriental (principalmente hindú y árabe). Sentí que sus sellitos neumáticos se burlaban de mi existencialismo dominical.

Pero hubo un clic que cambió definitivamente mi perspectiva y mi tendencia clasificadora (la burra no era arisca, la hicieron), y es que de pronto me encontré con un proyecto padrísimo, hecho en 1997 y llamado El Ayate Car, consistente en disponer de un auto antiguo (sesentero, por ahí) como objeto o material principal para hacer de él una propuesta plástica que incluía el arte objeto y la instalación con un evidente mensaje social, existencial y artístico subyacente: era toda una oda a la riqueza de la cosmogonía que nos trajo el sincretismo mexicano, una poesía al arte hippie pues emulaba la libertad. Y era también una denuncia a la exclusión del arte femenino -o de lo femenino dentro del arte, vayan ustedes a saber- al realizar en animación un recuento de la historia del carro itinerante por ciudades como Tijuana, de donde fue lanzado inmediatamente fuera de sus límites geográficos.

Por si esto fuera poco, al ir avanzando por las salas 2 y 3 me encontré con otra serie de carritos y camiones que eran hechos a escala y en tamaño real: había uno muy singular que estaba hecho de pura talavera y que en una serie de pinturas hechas a manera de story board a colores, nos contaba la historia de un carrito colorido que era así por genética ambiental. El carrito decidió un día ir a conocer las grandes urbes para admirar los grandes edificios, pero al llegar todo lo encuentra muy gris. Poco a poco y mientras el carrito paseaba, la gente comenzó a ver una serie de cuadritos con grecas y dibujos muy coloridos que eran dejados en las instituciones gubernamentales, en las oficinas burocráticas, en las calles, en los edificios de los bancos y hasta en las escaleras de emergencia. Pronto se emitió una alarma para alertar a los habitantes de una nueva posible epidemia colorida. Sin embargo, poco tiempo después unos investigadores se dieron cuenta que los mosaiquitos de colores eran los residuos del mofle del autito de talavera.

Hay otros ejemplares como el camión o pecera que está forrado de papel blanco con rayas dibujadas a manera de cuaderno de doble raya que tenía una frase repetida (muy al estilo de las odiosas planas de la primaria) que no se las diré porque quiero que vayan a verla. Está el Carro Molotov, hecho con puras botellas de cerveza pegadas en su base por toda la superficie del carro,
y un vocho con nubes de fondo y una escalera, dedicado a las muertas de Juárez.

Realmente no se necesita tener mucha capacidad de crítica para reconocer que la corriente de Betsabeé Romero pertenece al postmodernismo rebelde o reaccionario: habla a través de sus piezas, un abraxas compuesto de lo masculino, lo fuerte, lo tosco, lo burdo y finalmente, lo capitalista, mezclado con la caricia femenina constituida en flores dispuestas de manera natural o como esmerilados de unos preciosos espejos de auto a través de los cuales fue retratado el Zócalo del D.F., dando como resultado una imagen que invita a la nostalgia, un himno que evoca un pasado que se condensa en una masa gris que aún es capaz de enamorar cuando es visto a través de las rosas. Espejos cóncavos con flores en su superficie que enamoran a la mujer más reacia a mirarse excepto para lo necesario, llantas envueltas en pan, decoradas con plumas en rojo y blanco, retrovisores de todos los tamaños que cohiben al narcisista o al ególatra que mira siempre para sí mismo pero que en ese momento lo obligan a ceder y mirar a su alrededor: un escenario gris pero al mismo tiempo prometedor. La herida visual y al mismo tiempo el placer óptico se fusionan cuando se llega al punto donde habita una mezquita hecha de llantas. La crítica al corporativismo y a la institucionalización de la vida humana se encuentran presentes de una manera tan irónica que se antoja poética, como los preciosos poemas que están dispersos en los muros de las salas de exposición, mismos que ya no alcancé a saber si eran de ella o de alguien más. Todo esto se encuentra en las salas 1 a la 3 de la planta baja del MARCO.

Y qué mejor manera de cerrar esta exposición que seguramente volveré a ver, que con una parodia bellísima y muy bien pensada titulada "El misterio de los capiteles". Toda la sala 4 se vistió de una gala hermosa, primaveral, muy mexicana que pende de los aproximadamente 6 o 7 manteles hechos en papel picado con figuras diseñadas por la artista. Como una burla al famoso título de "El misterio de las catedrales", Romero hizo colgar sus piezas a modo de cúpulas que permiten que pase la luz, la única que transporta la verdad.

La exposición "Lágrimas Negras" de Betsabée Romero estará hasta septiembre de este año en el MARCO, en la planta baja, salas 1 a la 4. Vayan a verla.

Ah, también están unos BMW pintados por Warhool y unos monitos de Pixar, por si les queda tiempo después de este viaje en auto hacia la verdad mexicana, una bofetada con olor a neumático.

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