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lunes, 18 de mayo de 2009

Un cuento para el mes de mayo

Que conste que era una tarea. Ahí se los dejo para que me apedreen -o se rían- un rato.

ESTELA MAYA 888

Es una lástima haber encontrado el eslabón perdido, la respuesta al por qué sólo unos cuantos murieron y el resto del mundo no. Es una pena, en verdad, hallar esta estela maya a cincuenta años de la traumática devastación. Sobre todo por­que muchas personas de otros países pudieron evitar hecatombes en aras de no sufrir ante la inminente fecha. Tampoco se habrían dado tantos suicidios. Pero ya no tiene caso hablar de lo que no pudo salvarse, señoras y señores que me honran con su presencia, ahora sólo queda leer lo que contiene la Estela Maya 888, hallada en las pirámi­des de Tulum:


“En el 2010, un príncipe impuro y enano le dará la espalda a Ixchel, diosa de la maternidad. Y los muros de barro caerán, y las canciones de viento cesarán de cantar nubes en medio de la tierra. El reino del hombre del maíz del 2012, ahora alejado de lo que era, se partirá en fragmentos que volarán hacia los cuatro puntos cardinales, adonde la luna se pone y el sol no aparece. Y el zorro y la ardilla verán morir a la serpiente con gran penar.


“El conocimiento desertará, y el éxodo será iniciado por el dios del viento. Nace­rán nuevas ramas, pero el sueño de este mundo se extinguirá para siempre”.


Esto, si se presta atención, es una verdad que ocurrió y nadie supimos detener a tiempo. Como recordarán, el año de 2009 fue el inicio de una debacle para la otrora sociedad mexicana: a partir del brote de la influenza, y tras los estragos progresi­vos de la crisis económica mundial que las amas de casa notaban con mayor fre­cuencia a la hora de hacer sus compras en lo que se conocían como “supermer­cados”, una oleada de interrogantes y exigencias por parte de las tam­bién madres de familia comenzó a levantarse. La cresta de la ola se dio en agosto de ese mismo año, cuando esas mujeres comenzaron a autoproclamarse “repre­sentantes legítimas de la verdadera nación mexicana”: una que sufre, una que se acongoja, una que no sabría qué hacer sin la existencia de las mamás. Ocuparon las curules de los se­nadores y los diputados, sacaron a los ministros de sus salas y una que otra tuvo “mandiles” suficientes para quitar a los gobernadores en turno.


Eso, aunado a ciertas alineaciones estelares y astrológicas que aún no pode­mos explicar del todo, ocasionó una reacción extrema en el entonces presidente de la República Mexicana, reacción que será recordada en los anales de la histo­ria moderna de nuestra nueva orbe mundial: colérico ante las acusaciones y de­mandas ofensivas de las mujeres que se dedicaban a las tareas del hogar, di­señó un plan que tenía por objetivo el exterminio de las mismas. Fue entonces cuando surgió el Nuevo Censo de Madres de Familia 2010, que inició en septiem­bre del 2009 y terminó en marzo del año siguiente.


Como era de esperarse, los índices de la población femenina que se ocupaba de ser madre —o que estaba en vías de serlo— fueron sumamente altos a lo que se esperaba por parte de quienes habían diseñado estrategias de control natal, hecho que resultó desconcertante por encontrar contradictorio ese ímpetu repro­ductivo ante una crisis económica sin precedente alguno.


Con este punto a su favor, el entonces presidente de la República Mexicana (entre paréntesis ofrezco una disculpa por no darles el nombre de dicho personaje, lo que sucede es que no quedan vestigios de su grisáceo paso por la civilización mexicana, salvo los motes ofensivos registrados en diversas fuentes informativas que no viene al caso mencionar en esta conferencia), ideó una emboscada, re­cordada ahora por todos como “La trampa de la madre ahorrativa”: en el mes de mayo del 2010, a todos los museos del país se les exigió abrir sus puertas gratui­tamente a las madres de familia que comprobaran serlo. Así, y bajo eslogans como “Museo del Desierto, donde los niños pagan y a las mamás las consienten dejándolas entrar gratis”; “Papalote Museo del Niño: toca, juega, trae a tu mamá gratis, y aprende”; “Museo Nacional de Antropología e Historia: un mundo lleno de historia al alcance de mamá”, el plan del entonces presidente de la República Mexicana comenzó a funcionar como se esperaba: todas las mamás se fueron con la finta y llevaron gustosas a sus pequeños engendros, pues finalmente ellas en­trarían gratis. Pero lo que no sabían, era que para poder salir, las madres tendrían qué pagar.


Se dio, pues, el exterminio de las madres mexicanas: las mamás —quienes no pudieron pagar su derecho a salir del museo en el que se encontraban— se convirtieron, según sus méritos maternos, en estrella, asteroide, tótem, ábaco chino, planta cactá­cea, candil rena­centista, escopeta, luciérnaga, mariposa, abeja reina, tarántula u hormiga obrera. Ninguna se quedó sin cargo honorario, y a ninguna se le home­najeó de menos o de más.


Convertidas en piezas ornamentales, todas las mamás de México comenzaron a desaparecer de la vida cotidiana. Los niños, jóvenes (y uno que otro marido oprimido), festejaron secretamente en sus casas la libertad de la que ahora goza­ban.


Sin embargo, esta felicidad duró poco: como era de esperarse, la educación de los “niños y jóvenes que no tienen madre” (como se les llamó a todos los afecta­dos por esta contingencia de tipo astral, según justificaciones del entonces presi­dente de la República Mexicana), quedó a cargo de maestras solteronas amarga­das (el re­sto también fue convertida en pieza ornamental de museos: cabe desta­car que del cien por ciento de las madres mexicanas que sufrieron esta transfor­mación, se­senta y cinco por ciento eran también maestras de primaria y secunda­ria, que al­ternaban sus ratos libres con tejido de doble punto) y uno que otro maestro rabo­verde, quienes en un principio accedieron de buena gana hacerse cargo de la ni­ñez y juventud que ahora estaba a su suerte.


No obstante, la nueva vida bajo la tutela magisterial duró poco: para abril del 2011, los maestros que en un inicio se habían ofrecido a luchar es­toicamente por el mejo­ramiento de la raza mexicana en tiempos de crisis, deserta­ron. La paga irrisoria, los ánimos menopáusicos de la mayoría y las exigencias elevadas a la categoría de “divas” de una que otra maestra joven y de buen ver, al parecer fueron los factores relevantes que ocasionaron el nuevo problema para el enton­ces presidente de la República Mexicana, quien haciendo uso de su caracte­riza­ción fascista por grupos de izquierda, arremetió contra ellos la mañana del quince de mayo del mismo 2011, en lo que ahora conocemos como “Matanza del Magis­terio en la celebración de su día con mariachi, rifas y carnitas”: se ordenó la orga­nización de un evento magno adonde asistirían todos los maestros del país, quie­nes fueron quemados a puerta cerrada alrededor de las once de la mañana de aquel día.


Se tienen fichas hemerográficas en donde queda registrada la euforia de la niñez y juventud, quienes celebraron echando sillas por las ventanas y borrándose unos a otros las calificaciones reprobatorias de sus boletas. Como era menester calmar los ánimos del resto de la sociedad civil, hubo que establecer la supresión del mes de mayo y por consecuencia las fechas importantes que se celebraban en ese mes. Así, por decreto presidencial número 888 —es notoria la coincidencia que guarda el número del decreto con el número de la estela hallada reciente­mente— se suprimían las fechas 10, 15 y 23 de mayo. No más día de las madres, no más día del maestro, no más día del estudiante. Esto es lo que quiere decir el fragmento “Y el zorro y la ardilla verán morir a la serpiente con gran penar”: se sabe que en el antiguo calendario maya, el mes del zorro termina el 1º de mayo; el de la ardilla el 30 del mismo mes; y el mes de la serpiente comprende práctica­mente el resto de los días de mayo. Es lamentable, insisto, que hayamos encon­trado esta estela con tanta dilación… En fin, prosigamos.


Aquello fue la sensación: no solamente se suprimían los yugos de años entre niños y jóvenes, sino que también se instauraban fechas importantes como el 2 de junio, “día del mártir del reglazo”, o el 28 de julio, “día del mártir del te doy tres para que te calles”. También hubo un ambiente de cordialidad entre taxistas y ca­mioneros, cuando en vez al decir “me saludas a la tuya”, se escuchaba la respuesta: “mejor salúdamela tú, si es que vas al Castillo de Chapultepec con tus hijos este fin de semana”.

México parecía por fin alcanzar un aire sublime que lo catapultaba a pri­mera potencia.


Pero, y como decían los también extintos tibetanos, nada es para siempre. Y por muy extraño que parezca, en la raza mexicana este proverbio surtió un efecto inmediato y devastador: los niños, jóvenes y adultos emancipados de yugos ma­ternales y/o magisteriales, pronto se encontraron sumergidos en una depresión crónica al darse cuenta que la mitad de los albures, ofensas y chistes tenían como eje principal el descrédito a la madre y a los maestros: Pepito el de los chistes, ya no hacía gracia y era ahora el protagonista de elegías a la madre y a la maestra histérica; se dieron cuenta, también, que dos terceras partes de su día lo tenían libre de achaques maternos y magisteriales, y eso causaba una nebulosa de pe­nas: sin los clá­sicos “ándale, vas a hacer que me muera del coraje un día de éstos”; o “Dios mío, dame paciencia para no morir en el intento” —muy propios de los meca­nismos de chantaje de primer grado ejecutados tanto por madres como por maes­tros— sus vidas ya no eran las mismas. Era necesario el cargo de con­ciencia para sentir que vivían plenamente.


Y bueno, señoras y señores, el resto ya lo conocen: desde el 2012 hubo quienes decidieron emigrar a países sudamerica­nos en busca de la madre sustituta y funda­ron familias de un fundamentalismo matriarcal exacerbado; otros decidieron irse a Europa a estudiar pedagogía del siglo XIX para convertirse en maestros e incluso fundaron posteriormente la Nueva Escuela de Maestros, cuya misión era alcanzar, a través de conductas radicales, el nivel perfecto de la ejecución total de aquella máxima que reza “la letra con sangre entra”, y que a la fecha tiene a sus hijos con la disci­plina que ni en un campo militar hayan conce­bido jamás.


Como conclusiones, podemos decir que en realidad la Estela Maya 888 en­contrada fortuitamente en las pirámides de Tulum, aterrizaba la profecía del fin del

mundo al darle límites de acción en un territorio bien demarcado, el cual no era el

mundo entero, sino simplemente lo que se conocía como territorio mexicano (que ahora forma parte del Nuevo Imperio Americano), el cual se des­moronó poco a poco tras la desintegración total de la ahora extinta nación mexi­cana como resul­tado de una mala estrategia exterminadora de madres y maestros por parte del entonces presidente de la República, cuyo nombre les debo por no quedar vesti­gios de su grisáceo paso por la extinta civilización mexi­cana, salvo los motes ofensivos que no viene al caso mencionar en esta confe­rencia.


Por su atención, muchas gracias.


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