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viernes, 14 de agosto de 2009

De cómo perdimos la cabeza con Jesús de León

Hay cosas buenas en la vida por las que sigue uno aquí. Hoy me ocurrieron tres. Van las dos primeras.

En la mañana me llamó el Maestro Jesús de León para invitarme a su conferencia -para la cual yo ya estaba que ni pintada en la silla del patio del Icocult- "Cómo hacer reír sin hacer el ridículo (y cómo Julio Torri perdió la cabeza)".

Reconozco que a pesar de haber recibido algunos premios de la librería del FCE que lleva su nombre, jamás había leído algo de él sino hasta que el profe Chuy de León nos pidió de tarea que hiciéramos cinco textos en donde cambiáramos el tono, para lo cual nos había dado una ficha inmejorable y escrita por él de todos los tipos de tono que hay con ejemplos. Entre esos ejemplos estaban algunos textos de Julio Torri (que yo lo llamaba Julio Towi hasta antes de saber lo bueno que era como escritor). Eran fragmentos y yo me puse a buscarlos como loca en la biblioteca de mi casa (sí, somos más libros que ahorros bancarios y platería y vajillas importadas y esas cosas) y hallé uno. Desde entonces sueño con que alguien me haga favor de regalarme su obra completa, apelando a mi juramento de que sí los voy a leer.

Así que ya sabrán que cuando me enteré que el Maestro de León hablaría de él no me la pensé mucho. Incluso llegué a pensar que si estaría en clases, feliz e impunemente me echaría la balona con tal de ir a verlo: siempre es garantía de que uno sale con la sonrisota en la boca y con un montón de cosas para reflexionar camino a casa. Y no le fallé.

Básicamente el Maestro de León se lució como sólamente él sabe hacerlo al darnos un ensayo-conferencia de la maestría que tienen los cuentos cortos de Julio Torri y por qué jamás podrán ser ubicados como chistes o textos que pasen de moda o dejen de ser buenos. Lo acompañaron textos de igual maestría de algunos escritores como Arreola, Monterroso y Alfoso Reyes. Éste último salió perdedor absoluto: no es porque él haya sido regiomontano y Torri saltillense, pero creo que voluminosidad en estos casos de la literatura poco o nada tienen que ver con la garantía de perfección -o al menos, de calidad-.

Jesús de León nos hizo reír a todos, como siempre. Y nos puso a reflexionar o a realizar un examen de conciencia tanto colectiva como individual: siempre ocurre así. Nos reímos de nuestros males expuestos por él, pero nos llevamos a casa un lastre que aparece en nuestros hombros y nos saluda tan campantes, porque muy en el fondo sabemos que siempre está ahí.

La parte que me llevo es cuando mi Maestro tomó un trago de aplomo frente a unos ojos vidriosos que se veían venir al decir que Torri estaba tan solo que sus libros eran sus mejores amigos. La punzada de la herida me palpitó a mí, que justo ahora que escribo estas líneas me veo rodeada de papeles, libros, un escritorio saturado de recuerditos hechos letras, el messenger apagado -nadie habla nunca- y el resto de las páginas felices (llámense facebook, hotmail y demás) en una ausencia tan nítida como aquella mañana de 1989 en la que salí al recreo a cantarle a las piedras que se volvían gises en las paredes del jardín de niños del Colegio La Paz.

Agradecerle tantas imágenes a este Maestro está cañón. Escribir una breve memoria de lo que fue esta tarde con él, a un año de haberlo conocido, es una manera muy chafa de mantenerlo presente en mi vida. Pero es mi única moneda -más honesta y durable que el dólar, por supuesto-.

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