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martes, 16 de septiembre de 2008

El cuatro de cuatro

Aquí va el cuarto. Lo he hecho más a fuerza que de gana. Ya no sé si estuvo bien o mal. Tenía que hablar del trabajo. No sé qué pensarán... Gracias por leer estas tarugadas.

LA RUTA CINCO

Por Marlén Carrillo Hernández

Las cinco y cuarto de la mañana. Hace un frío que arrecia. La parada de autobús. A ver si la ruta 5 llega a tiempo. El otro día le tuve que pedir al patrón que me dispensara los tres minutos de retraso. Me dijo que nomás porque me conoce desde bien chamaco y porque no le he fallado nunca, ni en navidad.

Estos asientos están cada vez más duros. O serán los años. O a la mejor las dos cosas. Sabe. Pero me duele más la cintura cuando brinca este camión, que para colmo es el que no tiene amortiguadores. Ni hablar. Así hay días, Dios sabe por qué hace las cosas. Además, mientras tenga mi trabajito para pagarme el doctor, todo estará bien. Está a un ladito de donde trabajo. Incluso me sale hasta más fácil pagarle porque de la fábrica me lo descuentan cada quincena. Al principio yo renegaba mucho, porque con ese dinero podía mandar a los hijos a la escuela en camión, en vez de mandarlos a pie. Pero ahora que estoy viejo lo entiendo: uno trabaja para la vejez. Así nos decía don Simón, el padre del que ahora es dueño de la fábrica. Era un diablo con la producción. Pero siempre nos premiaba en mayo con dinero de más. Decía que cuando había agua, nos bañábamos todos, y que cuando no, pos no. Así era de justo don Simón.

Ah que Cipriano. Cada vez más flaco. Dicen que le dio azúcar por el sustote que se llevó cuando vio que se le mocharon el pulgar y el dedo chiquito con la cortadora de aluminio. Yo digo que fue porque su esposa se le murió cuando iba a dar a luz al último chiquillo. No le pudo pagar el seguro, entonces la tuvo que llevar a su rancho, con una partera. Pero la partera estaba medio ciega, cuentan. Y pos no hizo bien las cosas y el chiquillo y la madre se le murieron.

-Buenos días, Jacinto.

-Buenos días mi Cipri, ¿cómo amaneciste?

-Pos todo jodido, pero qué le aunque. ¿Y tú?

-Bien, pero no le hace.

-Bien amolado, dirás. Mira nomás cómo te encorvas, ¿pos qué traes? ¿Quieres ir al baño o qué?

-No, Cipriano, es que me duelen harto los huesos de la espalda. Sobre todo la cintura.

-Yo que tú ya pedía que me pensionaran por cansancio laboral.

-Achis, achis, achis. ¿De dónde acá tú me saliste tan abogado, pues?

-Pos lo oí en la tele. Así dijo el papá de la que sale en la novela esa, la que está bien chula, ¿cómo se llama?

-Sepa, yo hace mucho que no veo la tele. La empeñé para llevar a Rosenda a su chequeo ese que les hacen a las mujeres.

-Bueno, pero algo tendrás que hacer. Aunque el doctor sea el sobrino de don Casimiro y se porte bien con nosotros, pos no me vas a negar que ya no estás como hace veinte años.

-Uy, no, qué va. Si los años no pasan así nomás. La vida le da a uno tremendos porrazos… Bueno, ya estuvo de quejumbres, luego llegamos a la fábrica y ni ganas tendremos de trabajar. Mejor cuéntame, qué dice tu hija, la mayor.

-Nada, ya regresó con el inútil aquel. Le digo que nomás se contentan para tener otro chamaco.

-Pero pos están jóvenes. Acuérdate cómo nos las gastábamos tú y yo.

-Pos sí, Jacinto, tienes toda la razón. Mira, ya llegamos. ‘Ora ni tiempo tuvimos de dormirnos.

Bajarán del autobús. Tomarán sus puestos. Ocho horas y media –para reponer la del almuerzo- sin poder hablar. El ruido no da lugar a nada: tantito que pierdan la concentración y ya se quedaron sin dedos, sin manos, sin brazos, sin trabajo. Si no hay trabajo pendiente, saldrán temprano, justo para agarrar el camión de las tres y llegar a su casa como a las cuatro. Luego, cada quien a sus vidas: Jacinto irá a cortar césped en las casas. Cipriano hará figuritas de madera con sus ocho dedos y los irá a vender. Casi nadie se los compra. Cipriano sabe que es pura terapia ocupacional.

El despertador. Las cinco menos quince. El viento arrecia fuerte por el portón viejo de madera de la casa de Jacinto.

-Qué raro-, le dijo Jacinto a su mujer. –Estuve soñando toda la noche que me preparaba para trabajar, que en el camión me encontraba a Cipriano y que me ponía a trabajar… ¡Ay, Dios! A ver si me pones sueños más interesantes que éste.

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