Sucumbí al Facebook:

martes, 16 de septiembre de 2008

El segundo de cuatro

En éste se supone que debo defenderme de una calumnia. Ya verán por qué elegí este tema. También espero "subgerencias". Y Vivan mis polainas, ca'...

PD: acabo de editarlo. Tenía fallas sintáticas raronas, propias de las tres de la mañana. A ver qué onda... se aceptan ideas, se los agradeceré.

POR MI NOMBRE

Por Marlén Carrillo Hernández

Soy la hija del Rey Eneo, la mujer a quien desposara por terceras nupcias el hijo de mi dios Zeus y la grandiosa Alcmena. Aquella cuyo nombre ha causado tanto llanto en los ojos de la que habla por haberse convertido en el sinónimo de la más desdichada e ingrata de las mujeres.

Yo no destruí a ningún hombre. Yo no devoré a ninguno de los descendientes del linaje divino del Olimpo, ni a ningún mortal que osara distinguirse de mis labios por la fuerza que en sus entrañas yaciera como el yermo presto para el combate.

Agradecida le estuve al hombre que me librara de vivir atada al río Aqueloo. Amorosa fui con el servidor más grande de la gloriosa Grecia que me vio vivir; tanto como la vehemente fe que deposité siempre en los designios de Zeus y en los oráculos que desde los cielos llegaban a las manos de sus mortales va­sallos. Sopesé la ausencia de mi hombre a causa de interminables batallas libradas por él mismo y por causa de su honorable estirpe, mitad humana y mitad divina. Como se sopesa el abandono en tierra extranjera por su errante hombre, que de errante lo tenía todo, incluyendo el corazón.

Sépase esta audiencia presidida por Zeus, que miles de años ha esperado esta mujer para confiarles que sólo ha sido indigna por faltar a la ley de Plutón y no esperar a que el último de sus respiros llegara con la brisa natural de los días y las noches. Que mi corazón estalla de tristeza desde el día nefasto en que la traición de mi marido Hércules traspasó el umbral de mi palacio, cuando la lozanía de aquella flor de la desolada Ecalia, bajo el nombre de Yole, llegó a perturbar mi lugar como la única esposa del más fuerte de los hombres, provocando la congoja de mi corazón afrentado. Porque no hay peor desgracia para una mujer entregada en corazón y alma a uno sólo que saberse despojada del lecho, del pensamiento y del corazón de quien por mujer la hubo desposado tiempo ha.

Nunca terminaré de recriminarme la credulidad con la que unté con sangre envenenada creyendo que era un filtro de amor aquel esplendoroso manto que mandé entregarle a mi hombre, el más noble y fuerte, el más confiado de su naturaleza dual, el más osado entre todos los mortales con la justificada razón de ser descendiente del más alto de todos los dioses de mi patria, en manos de mi lacayo Licas. Nunca sabré por qué hube de creer en las mentiras de aquel centauro, que llevaba por nombre Neso, y que desde lo más profundo del Hades llevó a cabo la empresa de matar a mi noble marido, urdida idea años antes de morir a manos del ingrato aquel.

Si puedo recurrir mi penitencia, Señores míos, lo haré invocando el efecto que Afrodita surtió en esta vituperada por su hombre y su hijo a la hora de la agonía del primero, puesto que fue sólo el amor de quien en mi vientre sembrara y viera parir una parte de su descendencia lo que quise recuperar.

Fue el amor y no otra cosa lo que me hizo debatirme entre el callar con el mote de esposa sin serlo más por tener en mi propia casa a quien ahora disfrutara de las mieles que otrora yo paladeara, si bien estuve siempre en la zozobra de perderlas no por otra mujer, sino por las manos de mercenarios y guerreros impíos; y el de conducirme atraída acaso por la engañosa magia del filtro desdichado aquel, que sólo me trajo sinsabores y el estigma de ser llamada inicialmente Vencedora de Héroes, para luego degradar mi estirpe de mujer amorosa y llegar a ser conocida como Deyanira, la perdición de los hombres. La que los traiciona y los devora.

Sé que es tarde ya para enmendar la insensatez de mis actos. Pero es preciso que yo suplique ante Ustedes que enmendar manden el mito que sobre mi nombre se desplomó cual rayo de las más temibles tormentas. Porque la que se los ruega no es la única que carga con el maleficio de ser mirada por los ojos ajenos como una mujer desdichada y vil, sino que todas aquellas que fueron llamadas al nacer con mi nombre serán, tarde o temprano, miradas como las propiciadoras de las desdichas que sólo ellas arrastrarán sin ser siquiera oídas en justa audiencia, tal y como me pasó a mí.

El deseo de esta atormentada sierva suya es, que desde ahora se conozca el nombre de Deyanira como “mujer que luchó en el nombre del amor y por él hasta su fin”, y no como hasta este día se nos ha conocido a mí y al eco de quienes penosamente cargan con el destino que llevó su primera poseedora.

Acógeme el derecho que los milenios pesan sobre mi aquejada espalda. Doy fe de mi existencia turbada desde entonces.

No hay comentarios: