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jueves, 11 de septiembre de 2008

El experimento

Tengo dos amigos ñoños, igualitos a mí. Uno de 19 y la otra de mi edad. El de 19, Israel, se porta con madre. Es el hermanito que siempre quise tener. Elisa es callada, pero se ríe con las tonteras que decimos el Israel y yo.

Digo que son igual de ñoños a mí porque, cuando tenemos horas libres (los tres revalidamos metodología de la ciencia), en vez de quedarnos tiradotes sacándonos la pelusita del ombligo, o echándonos unas cheves en el Ágoras o el Divino, nos vamos a la Infoteca -donde por cierto, hoy perdí mi credencial de estudiambre... ojalá que la recupere mañana-.

Ir a la Infoteca es algo para nosotros tres así como ir al paraíso: chingos de libros sin usar, letras de todos los tamaños y olores. Información para morirte entre libros y ser feliz sin saber si allá afuera se reinventó la paz o no. Platicamos en intervalos. Generalmente nos pasamos el turno de manera equitativa. El sillón del fondo ha sido testigo de nuestra desnudez psicológica, es como una terapia grupal: los tres ñoños, los tres rechazados en la infancia, los tres ácidos e irónicos, nos reímos con frases hechas a la mitad y la gente que nos llega a oír nos ve raro.

El Israel es algo así como una Marlén a los 22: ávido por comerse el mundo, estudia dos carreras al mismo tiempo, va a todos los eventos culturales habidos y por haber, es voluntario hasta en donde no lo quieren, tiene un montón de conocidos y siempre pierde sus cosas por donde anda. Olvidé decir que adora las artesanías.

Hoy fue a una, que está temporalmente en la Plaza Real. Cada seis o cuatro meses se pone. Cada seis o cuatro meses los mismos hippiosos nos gastamos aunque sean 100 pesos en alguna mensada ( pero bien hecha) artesanal. Yo termino comprando colguijes o blusas de manta. Al Israel le gustan los paliacates tipo "pashmina" (o como se escriba).

Nos dijo muy preocupado a Elisa y a mí que se había comprado un paliacate bien chidote, pero que tenía miedo que se le fuera a ver muy "vaspapú". Le dijimos que lo sacara y empezamos a jugar con él (el paliacate, no Israel). Toreamos. La hice de viejita, Elisa de pedigüeña y él de Arafat. Me dio mucha risa verlo así, es buen actor.

Fue entonces cuando se me ocurrió hacerme un turbante a la Arafat también. Me lo enrollé como cuando me pongo la toalla en el cabello después de bañarme. Se veía bien botana la combinación: cuadros azul turquesa con blanco y las mechas por sin ningún lado de color rojo granate. Si le seguíamos viendo, me veía aún más chistosa: vestido blanco con rayas negras y zapatos de charol rojo. Si hubiera ido a un carnaval, quizá me habría vestido más sobria.

Ambos se rieron de mí hasta casi hacerse pipí. Me dijeron: "¿Cuánto a que no te animas a irte así al salón?". Para ir al salón, uno debe atravesar como cinco facultades, entre ellas las de mercadotecnia (donde están las niñas fresas que visten ropa abercrombie y pantalones levi's), ingeniería (donde hay puro guaripudo chelero y correosón), economía (unos primos ñoños, pero del área de los números) y arquitectura (a esos nunca los he visto porque casi no tienen clases).

Como a mi los retos enunciados con un "a que no" me provocan un impulso por demostrar lo contrario, dije que sí. Aposté un Carlos V, y experimenté algo muy raro:

Al principio me sentí sexy. Así, toda única y estrambótica, había una sensación de libertad que me llevó a la sensualidad y el erotismo, no sé por qué. Pero conforme fui llegando a la facultad de letras, comencé a sentirme fuera de lugar. Y le dije a Israel: "Güey, me cae que esto es un experimento. Voy a ver cuántos se sordean cuando me ven, cuántos me saludan hipócritamente y cuántos se burlan de mí".

Los cinco primeros que vi fueron unos chavos de séptimo. Me saludaron igual que siempre, pero como con penilla. Lo cual quiere decir que el 80% de las veces que me han saludado ha sido igual, es decir, hipócritamente.

Los tres siguientes de plano me vieron y se hicieron como que la virgen les hablaba. Esos son de mi salón. Quieren verse muy rockeros y rebeldes. Saludar a una loquita podría echarles a perder el plan de hacerse un lugar entre los darketos de quinto y séptimo: un roquero dark o metalero no tiene compasión evidente frente a los discapacitados o interdictos (tontos). En ese momento yo encuadraba en la premisa.

Los otros dos fueron mis maestros, Octavio (el director) y Gabriel (el de latín). El profe Gabriel de plano no se aguantó la risa cuando me vio como a 10 metros de distancia. Señalándome con el dedo índice, se agarraba la panza con la otra mano, y la sonrisota colgate no le cabía en la cara. Octavio apresuró el paso y dijo: "¡Unos árabes nos invaden!" (olvidé decir que muchos piensan que soy árabe o de ascendencia árabe). Y se agarra a cantar "Osamaaaa, Osamaaaa, Osama en el ciee-e-loo". "Es un experimento", les dije. No me creyeron.

Estaba a dos salones de llegar. Yo me quería quitar el turbante. Pero me lo dejé porque soy muy estoica y quise ver la cara de las de tercer semestre. Ellas sí me saludaron de buen talante y de forma auténtica.

Al llegar al salón, los tres nos retorcíamos de la risa. Después de varios minutos de frases entrecortadas, pude decirles mi conclusión: Es una falacia que quien estudia letras se vuelve una persona con un criterio más abierto. Los prejuicios son inherentes a la persona, y se requieren mil vidas o mil madrazos para poder cambiar lo que no está bien dentro de uno. Una carrera humanista o artística puede ayudar, pero si no te da la gana, no pasará nada.

Fin.

1 comentario:

mike dijo...

buen experimento!

Lo más importante es que te haya hecho reir. Yo me reí leyendo.

Besos.