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martes, 16 de septiembre de 2008

El primero de cuatro

Este es el que quiero mostrar. Y si soy cursi y perversa, pues qué se le va a hacer. Mientras no mate cristianos, todo irá bien.

Gracias por leer mis letras.

EL DOMINGO

Por Marlén Carrillo Hernández

Moriste un miércoles 30 de enero a eso de las tres y media de la tarde. Ya no escuchabas. No tenías abiertos los ojos. No veías ni olías nada. Un respirador artificial nos hacía creer que tu corazón latiente era la prueba de que aún podías volver. Pero moriste. A las tres y media de la tarde un miércoles 30 de enero. Los tres estábamos dormidos en la sala de espera. Tía Rosa te sujetó la mano mientras te cantaba una canción de cuna.

Te velamos. Yo me sentía en otro planeta: el gachupín erguido de mis días de infancia fue suplantado por un viejito con corbata roja nueva, enfundado en un traje gris. La sonrisa perfecta, era una burla a tu ácido sentido del humor. No, definitivamente no eras tú. Tú te habrías reído de ti mismo si te hubieras observado desde lo alto, tal como lo hice yo.

Te llevamos a la iglesia. Canté como en mis días de colegiala católica. No comulgué. Tú me enseñaste a no hacerlo. La vida también me enseñó a confesarme con mi propio yo, antes que con alguien más. Todos lloraban. Yo no. No estaba ahí. Estaba en los días que pasamos juntos en los bosque de Mazamitla, o en la plaza principal de tu ciudad natal, Zacatecas. Estaba en las piñatas del 31de diciembre, en los niños que mandabas traer para que me festejaran aún sin conocerme previamente: el ser el gerente general de la CFE te daba ciertos privilegios, como el tener cajas enteras de cigarros Raleigh para ti solito y para mi posteridad sin padre a mis diecinueve años. Estaba en los paseos a la Alameda, en los juguetes que me comprabas domingo a domingo para que yo no llorara por no verte el resto de la semana: cuatro domingos al mes no son suficientes para una ausencia de toda una vida.

Te llevamos al panteón. Ahí te cremarían. Ya no supe qué fue de ti. Sólo supe que no tendrías cajita especial para ir a platicar contigo cuando el amor me mandara a la fregada, cuando los demás me hostigaran. Cuando no supiera saber qué hacer y quisiera preguntarte qué harías tú en mi lugar.

Pasó el jueves y también el viernes. El sábado fui a presentar un examen oral a dos grados bajo cero y sin nada en la cabeza. Obtuve cien, cincuenta por valiente y otro cincuenta por compasión. Muchas manos y muchos brazos me rodeaban y me acariciaban la cabeza. Yo me sentía el Santo Niño de Atocha en el día de su celebración: toda baboseada por besos de feligreses hipócritas, toda manoseada por almas con penas que no saben expiar.

Llegó el domingo. Me bañé a eso de la una de la tarde, igual que siempre. Me arreglé, me puse el suéter que me regalaste en mi cumpleaños número diecisiete, que combinaba perfecto con el anillo de amatista de mis dieciocho y el reloj de mis diecinueve, que al dar las 12:30 PM, la hora en que nací, cantaba, como por arte de magia, el tema “Chiquitita”, de Abba, el único tema de la agrupación melosa que sabías me gustaba por su letra. El tema que me tocaste por teléfono el último día de mi cumpleaños que pasamos juntos.

Me senté en el sillón individual, que da justo enfrente a la puerta principal. Tomé un libro y lo empecé a leer. Dieron las cuatro de la tarde. Me cansé y me senté en el de dos piezas, como lo hacía cuando llegabas por mí y te esperaba a que te tomaras algo antes de irnos a pasear. Dieron las seis y media. Volteé a ver el teléfono: quizás te habría llamado Samuel y te habría invitado a pescar a Tampico… No, no era lógico porque hacía un frío de la fregada. A lo mejor te habías enfermado. Pero no, tú eras un escorpión de nueve vidas y siempre tenías una de repuesto.

Dieron las siete y media. Me recosté en el sillón de tres piezas, la cabeza donde te sentabas y los pies dando al televisor. No llegarías, estaba muy claro.

Y así fue cuando entendí por vez primera que te habías ido para siempre.

1 comentario:

caminante dijo...

los ojos caminan con la luz.
el camino es paciente para los
corazones libres.
se vale mirar bajo la lluvia.
se vale la sonrisa mientras duerme
la tarde.
se vale esconderse entre los rios
o vestirse de pez
para encontrarnos luego
ante el espejo
mirándonos como si fuera la primera
vez
y casi respirando.
hay primaveras donde las golondrinas se visten de hojas
secas
y se dejan caer
sobre las huellas de antiguos
horizontes de arena.
Y en todo,
la vida nos sonríe secamente
para entonces volverse
una y otro vez
como si el destino
fuera un espectro de caracolas
a la orilla del mar
que nos invita a celebrar
cada nuevo amanecer.
abrazos.