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viernes, 5 de diciembre de 2008

La Perdición de los hombres...

Mi nombre es Marlén. Marlén Deyanira”. Me miro al espejo mientras lo digo e intento creérmela: ¿cómo pudo mi padre ser tan insensato y nombrarme con ese segundo nombre? Dicen que uno elige sus nombres desde antes de nacer. A mí me pa­rece una buena teoría. Pero como la praxis siempre equi­dista con las ideas, seguramente fue por eso que el arbi­trario de Miguel, inspirándose en una cajera de un banco, me llamó con tan horrendo apelativo. Ojalá haya tenido lin­das piernas la cajera. Así me sentiría un poco más alen­tada. Estoy segura que lloré el día que me bautizaron. Y no fue el agua. Fueron esas cuatro sílabas que sonaban a prin­cesa exótica, pero con un pasado oscuro.

Deyanira. La versión oficial, incluida entre las siete tragedias de Sófocles, dice que fue la esposa de Hércules y que por amor (y por cornuda) lo mató sin querer queriendo. Luego la muy desgraciada (en el sentido literal de la pala­bra) se mató. Entonces los griegos lincharon a la pobre mu­jer y le endilgaron todas sus aberraciones edípicas, dándole a este nombre el significado de “La que vence a los héroes” para más tarde terminar en “perdición de los hom­bres, traidora de hombres”. Y todas las Deyaniras nos con­vertimos así en una especie de mártires y verdugos al mismo tiempo. Si partimos de la vieja creencia que dice que cada nombre le confiere las cualidades y defectos a la persona que lo ostente, entonces todas las Deyaniras de este mundo ya valimos. Somos unas desgraciadas. Unas desal­madas celosas y encima cornudas. Qué tristeza.

Supongo que algo debe tener cierto, aunque no puedo decir que haya sido a mi favor y en contra del género opuesto. Más bien fue todo lo contrario. Por tratar de es­conder mi segundo nombre y su potencial rayo exterminador de machos (y había que pensar en las otras féminas desampa­radas) me fue como en feria. Agarré la onda hasta los 23 años. Y el género opuesto no fue igual.

Gracias, Fermodyll 7.60

Y llegó el rojo pirujo a mi cabeza. Y que me despeino y escribo mis dos nombres de pila, seguiditos. Agregué la D al final de mi firma. Y me sentí orgullosa por primera vez de llamarme con el nombre de alguien que se atrevió a hacer algo para retener al idiota que no la supo valorar. “¡Qué ovarios los de la Deyanira!” me decía cada vez que volvía a leer su historia. Y de pronto sentí que era casi una enmienda: ser mujer antes que la mujer de.

Me acepté como era. El 7.60 surtió sus efectos positi­vos en mi autoestima, aunque no pueda decir lo mismo de mi cabello. Me liberé. La gente me veía como un bicho raro. “Sí y qué”. Así caminaba ahora.

Hombres pavorreal vs. Emancipada colorada.

El problema con liberarte de tus propias opresiones, es que generalmente tergiversan tu actitud. Así, si eres una latina con alguna curva digna de mirar y te pintas el pelo de rojo pirujo, lo más probable es que te inviten en menos de tres días a coger. Los hombres se dividen en dos: uno intimidado por el falso color de mi cabello, igualito al color de la sangre del Centauro con la que la Deya se fregó al Heracles. El otro, incitado a vivir experiencias pecaminosas aún y cuando no haya sido llamado a vivirlas. Así son los machos mexicanos: estereotipan a la mujer por su apariencia y se queman ellos solitos con su irreverente, prosaica, hedonista y egoísta actitud de hombre pavorreal.

La situación no llegaría a mayores si yo no fuera tan sensible. Una declaración intempestiva con miras a una no­che de pasión me cimbra el suelo y no tanto por los planes, sino por la actitud del ofertante. Pensar que por un nom­bre, su vibra y un cabello artificial la gente piensa cosas extrañas e “impuras” de ti es lo malo de escribir tu nombre completo en todas partes y de teñirte el pelo cada tres se­manas. El precio por una libertad de ser y actuar, sobre todo en el campo de la creación y apreciación artística, es muy alto: si eres artista seguro te las truenas, las com­partes y haces rendir para todos. Si además te pones rojo pelo, pelo rojo, no se hable más, mira, esta es mi direc­ción.

He aprendido algo muy importante de Sor Juana:“Hombres necios que acusáis…”. Es perfecta para mí.

No renunciaré.

Y aunque me cueste uno y la mitad del otro mantenerme con mi ideología, no pienso cambiar la libertad que me dio

llamarme Perdición de los Hombres (de cualquier forma yo sé muy bien que no es cierto en mí ese mote) y teñirme de rojo los tres pelos que me quedan, aún y cuando muy probable­mente regrese al castaño oscuro natural por una evidente necesidad de restaurar mis folículos pilosos. Ser uno misma sin encasquetarle culpas al de enfrente (sobre todo a un hombre) y peinarte, hablar y sentir como te dé tu reverenda gana, pudo ser quizá, el mejor legado que mi padre me haya dejado antes de morir. Y sin querer que­riendo, de seguro.

1 comentario:

mike dijo...

Demasiado complejo trasfondo para un nombre desde mi punto de vista. No opino acerca de los comentarios acerca del mexicano pero puedo decirte que Deyanira me parece en realidad un nombre muy lindo.

más besos! ;)