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sábado, 27 de diciembre de 2008

Un quinceaños de gorra (para la quinceañera)

Acabo de llegar de Monterrey. Fuimos a dejarle el dinero al primo cuya hija tendrá una fiesta de ensueño, pagado por sus invitados.

Es la primera vez que veo que me venden descaradamente una invitación.


Lo peor de todo, es que odio las pachangas familiares. No puedo ser yo. No hay eco en mi conversación -de la poca conversación que tengo, suelo conversar muchísimo menos de lo que escribo-...

Yo no entiendo la manía de las chicas por tener una fiesta tipo "princesa por un día". Me parece enajenante. Mis otras sobrinas han bailado reguetones cachondos pagados por sus padres. Y encima les tengo qué aplaudir. Luego, pasan un videoclip barbero con los tíos que más han dado dinero a la adolescente con churros llenos de spray.

Está de sobra decir que yo no quise fiesta de XV años. Pedí una computadora (y ahí empezó mi felicidad cibernética). Mi hermana y yo somos las únicas de las féminas Hernández que no quisimos fiesta.

Me están dando ganas de no ir, cada vez soy más intolerante a estas reuniones. Supongo que para ese entonces algo me habré dicho interiormente para no mandar sola a la jefa. Las jaurías deben ser contraatacadas por un signo solar perro, como yo.

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