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viernes, 5 de diciembre de 2008

Los Incólumes Desterrados Hijos de Atenea frente a la crisis del Capitalismo

Le vendieron su alma al señor Capitalismo. Le rindieron culto y lo idolatraron. Por él, se afiliaron a una red que les borró la cara y las ideas personales. Quisieron llenar sus deseos primarios y aliviar sus miedos ontológicos a través del consumismo. Los santos servían ahora para ayudar a los desamparados a comprarse la casita de sus sueños. Aceptaron trabajar como esclavos, a creer que cada quien tiene lo que le corresponde según el blanquillo que le habían echado. La dignidad también era un bien enajenable, con garantías de una felicidad efímera, pero feliz (las redundancias desaparecieron misteriosamente). Y desecharon la escala axiológica que preponderaba las virtudes del ser.

No contentos con ello, desterraron a los detestables hijos de Atenea, esa mancha indigna de seres que prefirieron seguir pensando, ideando y creando su propio mundo en una libertad menos ortodoxa. Les dieron lo que les sobraba, intentaron amedrentarlos con apocalípticos finales. Les recriminaron el oponerse a dar sus habilidades en pos del progreso social: “Tanto cerebro para nada”. En un capitalista, pensar y crear a merced del propio albedrío suena a decepción familiar y social. Finalmente, “¿para qué pensar si el hedonismo y el materialismo son lo in?”.

Pero a los hijos de Atenea no les importó. Ellos siguieron su camino y vivieron mediocremente felices –según la percepción de los hijos del capitalismo- y satisfactoriamente en paz (o ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz![1]) –según los hijos de Atenea. Bien lo dijo Erich Fromm: “Conocemos la existencia individuos cuyas emociones y acciones son la expresión de su yo y no la de un autómata. Les llamamos artistas. En efecto, el artista puede ser definido como una persona capaz de expresarse espontáneamente”.[2] Pero los capitalistas nunca leyeron a Fromm.

Y la historia pudo haber continuado, pero resultó que los tiempos habrían de cambiar…


“¡Inguesú, Utamá! Y ahora, ¿quién podrá defendernos?”.

Es octubre de 2008. Los medios de comunicación avisan estruendosamente: Estados Unidos está en crisis. Wall Street cae en pánico financiero. Los televisos estaban frente a sus maestras, las tivís. Esa noche no durmieron. ¿Dejarían de ser valiosos por dejar de tener las cosas que tenían antes?

Al otro lado del mismo mundo se encontraban los desterrados hijos de Atenea. Llevados entre la corriente, al principio también se asustaron. Ya con más calma, hubo quienes exclamaron: “¡Y el mundo sigue girando!”. Algunos más espetarían irónicos: “¿No que el tener era mejor que el ser?”. Y todos, absolutamente todos, estuvieron de acuerdo en ser generosos y compartirles a sus hermanos en desgracia el Plan Consumismo Pantalón: para ellos la vida es algo más que comprar y verte bonito. Es crear belleza a partir de uno mismo y hacia su entorno más próximo. La realidad se moldea en sus manos y en sus mentes, no en sus monedas. Y si los billetes escasean, ¿qué más da? Mientras el ser no se agote, lo demás se puede ir al caño.

Cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia.

Quizá esta historia suene a una de H.G. Wells. Pero no es así. Los capitalistas efectivamente sienten que el mundo se les

derrumba. Y todo porque no podrán comprar o pagar las cosas que ya compraron. Desdeñaron la esencia del ser y ahora no saben hacia dónde mirar: los autos no dan consejos y la sabiduría tampoco viene de la ropa de diseñador. Algo está pasando. ¿Y de qué se están riendo esos idiotas muertos de hambre, marihuanos fantoches e improductivos que se dedican a la artisteada?

Se ríen de su lamentación plástica, señores. Pensar que el mundo se acaba porque no tendremos lujosos artefactos inservibles es para ignorantes e idólatras. Si hay alguien que sale avante del bache con cien pesos en la cartera, es sin lugar a dudas el filósofo, el intelectual, el artista. El sensible apestado que no genera utilidades en bienes cuantificables porque las utilidades que él aporta (mundos paralelos mágicos, causas y consecuencias ilógicas, teorías del ser) “no tienen precio”. A estas alturas, para ellos el convivir con los salvajes neoliberales se ha convertido en una fuente de creación, un estandarte para permanecer en pie de guerra: “Pensar y crear antes que morir estúpido y soso”.

¿El caos capitalista irá un día de estos donde los intelectuales y los artistas, los pensadores de este mundo plástico? No lo sé ni me interesa: yo ya estoy del otro lado. Por mí, si regresamos triunfales al mundo del que nos expulsaron o no me da igual. En todo caso, me gustaría ver que varios miles de humanos en desgracia se unen a nuestras filas. Sería bueno ver a la gente libre por fin de la consigna “Trabajar para comprar, comprar para vivir” y permitir que el mundo de la imaginación y las ideas entrara majestuosamente sencillo. Que los bienes se redistribuyeran y que la gente se dedicara a pensar, a inventar o a crear. A ser artistas, como lo dice Fromm.

Y aunque es cierto que en el medio de las artes hay muchos parásitos que se dicen filósofos y artistas porque confundieron ese término con el de vagos, también lo es que cada vez somos más los que entramos a licenciaturas como la de letras españolas o artes plásticas para darle un sentido más profundo a nuestras vidas. Y nos armamos de amor por lo que hacemos y de valor para aguantar las recriminaciones de nuestros padres, hermanos, familiares, amigos y la sociedad entera. Prometemos no invadir espacios destinados al culto a la superficialidad con tal de no ser invadidos o agredidos en el nuestro. Que ellos produzcan y nos vean con los zapatos de hace cinco años. Total, hemos leído más que ellos durante las horas que perdieron quebrándose la cabeza en optimizar las funciones empresariales del negocio de un desconocido. Y entre más leemos y creamos más libres nos sentimos.

El mundo que viene

No se sabe si esto de la crisis sea una realidad futura o si simplemente sea una semilla más que alimente un caos social y económico tendiente al incremento de las ganancias de los magnates envilecidos y obnubilados por acciones que participan en bolsas virtuales. O al menos no lo sé yo puesto que no soy economista.

Lo que sí sé, es que esta fragmentación económica es una buena oportunidad para hacer valer nuestra pasión por el conocimiento, las artes y la creación. Dar a respetar este otro lado de la moneda (hablando de monedas). Invitarlos a comprar otras cosas con ella. Y quizá la equidad entre ambos mundos comenzaría a germinar.



[1] Verso del poema “En paz” de Amado Nervo.

[2] Erich Fromm. El miedo a la libertad. Editorial Paidós, México, 2005, p. 248

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