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miércoles, 4 de febrero de 2009

El septuagenario guardián... dormido.

El INAH cumplió setenta años este martes (próximo pasado, como dicen los jueces - ¿creyeron que nomás los que escriben y los astronautas piensan en el tiempo como si fuera juguete?-) en medio de una transformación grotesca y brutal de uno de nuestros símbolos culturales e históricos: Teotihuacan.

No me imagino si habrán brindado con champagne (los burócratas antropólogos e historiadores son bien malinchistas, en vez de tomar mezcal o tepache...) o comieron mole poblano (porque disfrazan su malinchismo con demagogia "démodé" -vintage, le llamarían ellos-: lo de ahora es comer guisos mexicanos con sabor a Francia), pero para el caso es lo mismo: yo no doy un sólo peso por esta gente, que parece está ciega, torpe y sordomuda ante su labor como parte de una institución que se encarga de preservar y conservar las riquezas arqueológicas, históricas y artísticas con las que nuestro cuerno de la abundancia cuenta (bueno... solía ser de la abundancia, aunque no nos hemos de quejar: abundan los calentadores de asientos burocráticos a lo largo y ancho del país).

Es una pena, una tristeza y una calamidad (suena a bolero de los cuarenta) que teniendo todo un reglamento cierren sus mentes y extiendan la mano para gozar las mieles del soborno.

Feliz cumpleaños, INAH, septuagenario guardián dormido. Y que Dios nos agarre confesados

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