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domingo, 8 de marzo de 2009

¡Ay, mujer!

La libertad para la mujer moderna en México nació cuando se le tomó en cuenta para votar. Luego se le agregarían varias ideas en torno a una emancipación de carácter económico que beneficiaba, a priori, la situación de la mujer en todos sus aspectos y dentro de una sociedad constitutiva de un Estado moderno. Empezaron a abrirse los criterios académicos y culturales, y muy pronto la ubicación de la mujer dentro del contexto político era ya una promesa de cambio para el bien de todos (y de todas, según el diccionario foxiano edición 2001).


Pero en realidad se le dio derecho al voto para satisfacer las necesidades políticas de un sistema que así lo había creado “sin querer queriendo”, toda vez que éste se supeditó al concepto de democracia como eje de gobierno. Es decir, entre más votantes, mayor legalidad a los procesos electorales. En lo económico, la realidad no dista mucho de lo anterior: se buscaba la mano de obra de la mujer, la cual es desde entonces, mucho más barata debido a no sé qué estándares utilizados aún en algunas empresas, tanto públicas como privadas, elevando así sus niveles de producción: cuatro manos trabajan mejor que dos.


Todavía se acepta a regañadientes que una chica desee estudiar carreras en donde sólo la mano del hombre puede entrar, y son muy pocas las mujeres que han alcanzado puestos de gobierno, si se compara con el número de puestos que por su parte tienen los hombres. Son mujeres las que casi siempre ocupan puestos tras bambalinas porque aún prevalece la idea de que el hombre es primero, y aunque exista todo un aparato legislativo a favor de las trabajadoras en caso de embarazo, la realidad nos dice que muchas son despedidas de sus empleos tan pronto la prueba les da positivo.


Está mal visto, también y “en pleno siglo XXI” (como seguramente dijeron las mujeres de inicios del siglo XX, del XIX y así sucesivamente) que una mujer se queje de estrés o depresión: a pesar de que se le abrió la puerta al paraíso de la producción de capitales y divisas, de la intervención en asuntos políticos y en la cultura y el arte, persiste el rol de madre-esposa-ama de casa: cuatro oficios para una sola persona, cuando el laboral le absorbe incluso más de 10 horas de trabajo (abramos los ojos y veamos la situación de las operarias y otras mujeres que trabajan tiempo extra como si fuera parte de su horario normal de labores). Y si a eso le agregamos la situación de la crisis, aumenta a un quinto oficio: el de vendedora por catálogo de cuanto objeto vendible que se le aparezca.


Tanto en la clase baja como en la media, la mujer debe permanecer incólume dentro y fuera de ella misma, la casa, su profesión u oficio y el medio donde labora. Se le ha obligado también a guardar en un cajón la sensibilidad y el sentido de la armonía que le regaló la Madre Naturaleza para poder competir abiertamente con el hombre, invadiendo terrenos y dejando invadir los suyos, con los inconvenientes trastornos físicos, emocionales y psicológicos que esto conlleva.


Es cierto que en todas partes siempre habrá una mujer que sea la excepción a la regla: una triunfadora, una que sea feliz, que supo utilizar las circunstancias a su favor; o bien, una perversa que destruye lo que encuentra a su paso porque desea concentrar el poder para sí. Pero son las menos. Al resto se le sigue viendo como una minoría y se le entrega, como por tandas, una serie de días conmemorables a su feminidad.


Resulta insultante, pues, que a estas alturas aún lleguen caballeros para desearnos un feliz día de la mujer, y que incluso las mujeres se llenen de dulces, abrazos, florecitas y tarjetas de felicitación: entiéndanlo bien, la mujer no necesita, al igual que el hombre, un día especial para ser recordada. Estamos ahí, con defectos y virtudes, unas buscando su lugar y otras defendiéndolo cuando ya lo han hallado. Somos iguales por cuanto a derechos toca y cuando trabajamos en equipo procreamos vida. Algunas de nosotras intentamos hacerles ver que tanto hombres como mujeres somos indispensables para cambiar este mundo. Los órganos sexuales son para el placer de vivir y sentir, de amar, de procrear. No para discriminar. No se trata de invadir terrenos contrarios, se trata de respetar y de complementarnos. Juntos somos la totalidad, la dualidad, donde lo bueno y lo malo se disuelve para crear el todo y sus partes. El uno con el cosmos. Eso somos hombres y mujeres juntos. No lo olviden, caballeros, por favor.


Y esto va también para las mujeres, incluyendo a las feministas radicales.

2 comentarios:

190.arch dijo...

Bárbara. Para el día de hoy me ha encantado lo que has escrito.
Feliz día hoy y también los demás : )
Le voy a poner un link desde mi blog, otra vez, que está muy bueno y vale la pena que lo lean muchos más.

Marlén Curiel-Ferman dijo...

Gracias, 190. arch!

Un beso! Y que tengas lindo inicio de semana.