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domingo, 1 de marzo de 2009

Cabeceo

Los sábados para mí son una especie de puente entre la actividad de un viernes fuera de serie y el letargo del domingo. Lavandera de día, pensativa de noche, procuro acomodar la cabeza en el respaldo de la silla ejecutiva que mi carnal compró para él pero que yo le agandallé sin menor recato mas que el cariño filial del que le hago prueba. La acomodo para que si cabeceo no me dé en la madre con el teclado, con el vaso de agua que tengo siempre a mi derecha, o con el escáner que todavía tiene la penúltima fotografía del apá conmigo.

En realidad siempre cabeceo frente al monitor. Creo que ya se me ha hecho una costumbre alabar a este artefacto esté o no en mis cinco sentidos. El profe de redacción dice que él se siente extraño frente a su pantalla de plasma porque extraña su máquina de escribir. Yo no me siento extraña frente a ella, en primera porque no es de plasma y en segunda, porque no pasé el maldito curso de mecanografía allá en Guadalajara. Hacía trampa y me quitaba el cubreteclados para terminar pronto y luego subirme a la cátedra y empezar a deschongarme haciendo parodias de cantantes poperas y rockeras de los gustos de las jericallas y yo. En realidad, aprendí a escribir a máquina (o más bien, el teclado) cuando descubrí la insulsa magia del chat, allá por 1999. Presta a contestar lo que no era en tiempo récord, aprendí a presionar las teclas sin verlas y usando cuatro dedos de la izquierda y dos de la derecha. Los meñiques son muy cortos para alcanzarlas, eso se puede ver claramente en mi sueño frustrado de ser pianista... Mentira, lo que me faltó fue disciplina: ya desde entonces las letras me hacían el amor.

Pero esta vez me sorprendí a mí misma ("mi misma, ¡sorpresa!", me dije) cabeceando a las diez de la noche... toda una afrenta para una noctámbula de las altas ligas como yo. Estoy segura que es el cambio de mes, o la sobrecarga de trabajo y escuela. O que simplemente estoy en un estado de evasión onírica muy propia de mi persona cuando vivo grados más o menos altos de estrés, cualquiera que sean los motivos para ello.

La cosa está en que no quiero que me venza esta evasión. Necesito trabajar en una tarea para el lunes -reseña de evento- y además debo contar puntitos y palitos de las encuestas que aplicamos la Naye, Sonia, Zaira y una desubicada Marlén el sábado pasado... ¡Y el domingo que se presta para ser epicureista y dejarse llevar!

Muy probablemente haré eso. Ya tengo días en que definitivamente me veo a mí misma como lo que menos había sido: una rebelde a mi signo zodiacal. Un día de estos me hago vieja y la chingada vida se reirá de mi extrema responsabilidad y sentido prolijo del deber. Y no se lo permitiré. De eso estoy segura.

El libro Los Upanishads, de la biblio mística de mi adorada jefa, me espera. Paren de sufrir, los dejo por esta noche.

Que duerman con supermán dándole en el tragamáiz a Obama por hocicón. O a Ricardo Ricón (¿pensaron que sería Ricky per secula seculorum?) asociándose con Slim para erradicar la crisis y la hambruna mundiales. Y luego ríanse al despertar. Es mejor reírse de la vida, a esperar que la vida se ría de nosotros. (¡Chale!).

Besitos pa' todos.

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