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jueves, 19 de marzo de 2009

Sabines y ya




3. Siete caídas sufrió el elote de mi mano
antes de que mi hambre lo encontrara,
siete mil veces he muerto
y estoy risueño como en el primer día.
Nadie dirá: no supo de la vida
más que los bueyes, ni menos que las golondrinas.
Yo siempre he sido el hombre, amigo fiel del perro,
hijo de Dios desmemoriado,
hermano del viento.
¡A la chingada las lágrimas!, dije,
y me puse a llorar
como se ponen a parir.

Estoy descalzo, me gusta pisar el agua y las piedras,
las mujeres, el tiempo,
me gusta pisar la yerba que crecerá sobre mi tumba
(si es que tengo tumba algún día).
Me gusta mi rosal de cera
en el jardín que la noche visita.
Me gustan mis abuelos de totomoste
y me gustan mis zapatos vacíos
esperándome como el día de mañana.
¡A la chingada la muerte!, dije,
sombra de mi sueño,
perversión de los ángeles,
y me entregué a morir
como una piedra al río,
como un disparo al vuelo de los pájaros.

(Algo sobre la muerte del Mayor Sabines. Algo sobre el poema. Primera Parte)









Maestro Mío

Si allá afuera
los filósofos y los comerciantes
nos espetan
las avenidas que hacemos
con semen, sudor
y tierra
entonces, Maestro mío,
caballero que sus versos
entre mis faldas no alcancé,

Mandémosles un poema a todos ellos:
Usted le hablará a su padre
con quien platica de la vida
porque los dos están muertos;
yo le hablaré al mío
y si estaría orgulloso de una poeta en su estirpe
le preguntaré.

Acabo de darme cuenta
frente a la pantalla del televisor,
Maestro mío, ideal de macho inexorablemente guapo,
que soy diez años más vieja
desde la vez que entró aquella maestra
por la puerta
y entre llantos y condolencias
al grupúsculo de animales con cuerda
nos avisó que Usted,

Sí, Usted,
el que me regaló
la palabra amoroso
la luna a cucharadas
para los posteriores días vertiginosos
a la Tía Chofi virginal
en el eterno reposo
la profecía del dolor
por nuestros seres queridos perder,

Murió.
Todito, un diecinueve de marzo
y antes de cumplir setenta y tres.

Y han pasado quince años
cuando leí a Miss X
porque en casa de los Carrillo
los libros abiertos de piernas
se dejaban
y la infancia se volvía
en la precocidad
de quien no sabría
lo que sabe la madurez.

Lo miro en la pantalla
los ojos verdes
el cigarro que aplasta
mientras un estúpido reportero
le hace preguntas obscenas:
Paz y su poesía diseccionada
y cargada con formol
y diciendo amor sin decir el te acuestas;
Tarumba y su sentido mórbido
lo inexplicable ante los ojos de su antónimo
Caíto cantando los amorosos
como juglar de Les Luthiers...

Y me pregunto
qué carajos habré hecho yo
para no alcanzar a engrosar
la larga fila de muslos
por qué no estuvo aquí
la semana pasada
para los poetas de media altura
defender.

Golpearía el televisor
de no ser porque me habla quedito
cuando pienso en la tierra que fue suya
y a la que versos también le compongo:
el zumbido de sus bocinas
al menos esta noche
me recitó palabras que me caminan
como lo hacen los besos de los enamorados
como las ganas de haber estado
el día en que estalló su corazón
y la energía cinética de su pluma
se esparció
por la blanca pared del hospital:

Camino lento hasta llegar donde Usted
en cuanto se haga la metamorfosis
me veré de veinte
aunque tenga ochenta y tres.

Y juro no decirle nunca
que la democracia es un sueño
y que por los sistemas
el mundo está al revés.

Voy donde el olor a naturaleza
entre sus líneas se esconde,
Maestro mío,
poeta llenador de foros
músico y mujeriego,
apagaré las luces
para escucharle recitar
lo que viene después.

A Sabines.
Porque sí.

Marlén Carrillo Hdz-Ferman

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