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martes, 28 de abril de 2009

I-pod

Se sentó en el sillón níveo y turgente para ver la tele y se dio cuenta que ya era parte del staff. Alguien le dio su libreto y otro más le alació el cabello. Él no entendió por qué el "curly" de siempre ahora no era bien recibido.

Buscó entre su saco un cigarro y descubrió polvo de estrellas. ¿Adónde se habrán ido las calles de los setentas? Habían pasado ya treinta y cinco años y los niños ya no decían por favor ni gracias. No era falta de educación. Tampoco había pelotas persiguiendo a los niños. Todos estaban escondidos en sus casas viendo caricaturas raras.

Preguntó por el lugar más concurrido del momento. No quería ligue, quería conversación. Un rey sin corona a veces también tiene ganas de un poco de atención, impulsar el diálogo. Le dijeron que caminara tres cuadras y media, doblara hacia su izquierda y caminara otras cuatro, luego diera vuelta a la derecha y caminara otras dos y que ahí el paraíso emprendía en esa mancha gris de drenaje dudoso y gente que abraza y habla cantadito.

Se rió por lo de paraíso. El paraíso eran sus manos de adolescente cachondo que jugó con su otra mitad en medio de una alcoba llena de luz y olor a orquídeas. De los cabellos de ella nacieron los meridianos y las horas; de sus caderas, las latitudes y las lenguas. Del sexo de él, nacieron los álamos y las flores. Y uno que otro cuerno de venado.

Caminó y llegó al lugar. Era concurrido en verdad.

Dos de polietileno, por favor.

Él pidió lo mismo. Al ver esos objetos extraños, como el sexo de Eva sin rajada, se preguntó si el joven con cabello a mitad de la cara le habría tomado su pelo y su cara para complementar la mitad escondida.

No, Señor. Aquí las personas no se reúnen por placer. Esto es una farmacia.

Pinche escuincle. Le vio la cara a él, Dios, con apenas 21 años.

Ese wey... anda buscando un lounge en vez de buscarnos un patriarca nuevo que inicie la diáspora a las letras.

Sacó su I-pod. El hombre del cabello lacio se veía guapísimo. Casi-casi un dios. Los años sesenta le pintarán como si dibujados por el rayo de Zeus y frente a un espejo que ama su mismo yo pero con otra cara. Bien valía todo eso. Se había choreado al galán más bueno y más dormido de la compañía de luz y color.

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