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viernes, 10 de abril de 2009

Santos silencios, Batman

"¡Santos Silencios, Batman! Algo mal anda por Little Jump".
-Robbin pasmado en Saltillo.




Respiro la paz de un Saltillo que huele a ladrillos amarillos en 1991. Los carros se subieron al cerro, se deslizan en la autopista hot-wheel que cobra cuotas estratosféricas nomás por joder. Los fuereños se fueron donde sus fueros valen, sus orígenes, sus momentos felices. Los acaudalados andan en viajes largos y cálidos, y uno que otro clasemediero se ha ido a las ciudades históricas para estudiar lo que ya no hay.

A pesar de los aironazos, he sabido valorar los días santos, no por su contexto o su connotación religiosa, pero sí acaso por la gravedad de sus silencios. Invariablemente recuerdo la Calzada Antonio Narro conducida por papá en abril para ir donde la tía Rosa. La panadería Mena con su mito de que el pan sabe bueno porque agarra el agua del arroyo que corre al lado del local. Mamá comprándome pantalones pesqueros en una fábrica de mezclilla que ya no existe, y que se ubicaba por la calle de Múzquiz y Lerdo. Mi hermana noviando, siempre noviando: para ella la palabra día era sinónimo de serenata, beso cursi y tierna flor. Mi hermano escuchando rock, new age, clásica, Serrat y otros cuates. Yo como perdida en un mundo de cristal rosa en donde todo era posible, pero no en mí.

Amo estos días silenciosos desde que llegaron mis incómodos vecinos. Reguetoneros que son, han sabido evolucionar sus bolsillos con la mística de las lunas y de una bocina destartalada que retumbaba en las ventanas de las casas cercanas, han comprado un sistema de audio que suena mil veces mejor, pero que jamás sustituirá la sensualidad de las frases de Agustín Lara, o de aquel bolero que decía "derramo alisura", con "déjame lamerte tu cosita"o "muévelo mamita, qué rico, mami".

Amo también que no haya viviendas histéricas, carros con neurosis por el V. Carranza, y una alameda atestada de frutos de las navidades y las primaveras y los quinces de septiembre pasados. Las señoras de la vela perpetua oyendo parsimoniosamente las siete palabras son un ejemplo al estoicismo en viernes seco con aire lleno de alergenos.

Me preparo para atesorar el regalo del silencio en días de guardar. Yo no guardo nada estos días, excepto mi ansiedad. Una que se exacerba cuando llega el sábado de gloria y todos salen de sus madrigueras. Y la neurosis, esa que tanto me inspira y me quita el sueño, vuelve a rondar.

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