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lunes, 6 de abril de 2009

La novia de Esso (¿Acaso tienes tarjeta de crédito?)

Primer domingo de abril. Primer salida en domingo desde hace varias semanas. Flojera a más no poder todo el bendito medio día (debo reconocer que desperté tarde, no digo qué tanto, tengo pudor en ciertas áreas de mi vida). Todo se junta: cambio de horario, inicio de las vacaciones, prurito a los estándares sociales. No me gusta salir en domingo para ver familias acartonadas, mejor sería ver felices a sus integrantes cada quién por su lado y haciendo lo que les pegue en gana. ¿Qué cuernos con ir a comer juntos y las caras largas, pienso yo? No hay momentos Coca-Cola, esos no existen ni existirán jamás.

Total que fui a comprarme unas chanclas al Wal... y no aguanté ni veinte minutos. Sí, soy misántropa en días de aironazos, lo tengo que reconocer. Ya de rato le llegué a un restaurante muy conocidillo de aquí llamado Las Brazas (así, brazas, no "brasas"). Pedí lo de siempre (memela de bisteck) y me puse a ver sin lentes un partido de fut.

Al fondo, en la misma dirección que daba a la tele de pantalla plana -tan plana como lo que se transmite- estaba una familia con tres diablos y dos malos padres. Dos niñas y un niño, todos monos, simpáticos, pero bien mimadotes, de esos que no quisieras tener como sobrinitos en tu casa: "¿Puedo saltar sobre tu edredón, tía?; ¿Por qué no juegas a ser nuestro pony? Le rompí un brazo a tu muñeca favorita; ¿Verdad que los libros son para rayarse con crayolas? -si fueran mis hijos, esta última tal vez la soportaría-; ¿Me perdonas por destruir tu I-pod?". Pienso que lo único que los salvaría de estar en mi familia sería mi amor de tía o de madre, pero nada más...

Los niños eran abominables, se jalaban de los pelos unos a otros y escupían la comida que sus papás les daban en la boca (aunque el menor ya tuviera como cinco años). Sus padres tenían cara de resignación y la comida transcurrió en santa entropía para ellos y de santo escarmiento para mí. Si tengo descendencia, juro que no vuelvo a escribir en contra de los padres de niños-demonio en caso de que me toque uno. Espero que dios tenga misericordia (si es que dios existe, claro).

En eso pasó una payasita grotesca con dos globos que se parecían a los de Esso, como pardos, como si tuvieran seres vivos adentro, como si retinas de niños malportados que los hacían brillar porque al final de cuentas el que sean malportados no quiere decir que san perversos. Todo niño a priori es un ángel caído que es más ángel que humano. Y por eso no deberían crecer jamás.

Era grotesca la payasita por ser gorda y tratar de ocultarlo usando una blusa con escote y rayas blancas y negras horizontales. Traía un jumper todo rabón, a la RBD, y si se reía yo me echaba para atrás de mi silla al recordar a los esquizofrénicos payasitos que el tosco ortodoncista Gilberto tenía en su consultorio: las paredes repletas con payasitos que enseñaban las nalgas rojas después de una tunda recibida, la inocencia encapsulada en la nariz roja de un payasito de la ex URSS que se mostraba todo famélico y en vez de dar risa daban ganas de llorar, el clásico payasito andrógino con la cara perfecta y las lágrimas negras. Todo un aviso a lo que se venía después: puro llorar y llorar por dentro por las jaloneadas de bandas y brackets, arcos y ligas. Su risa era igual a la estentórea sonrisa de metal que podía morder hasta arrancar un pedazo de cuerpo.

Pensé que era injusto juzgar así a la pobre mujer que se ganaba la vida en un restaurante llena de mastodontes mientras se paseaba infelizmente melancólica y al mismo tiempo histérica por todo el lugar. Miré sus ojos y traían una carga de madre soltera o por lo menos dejada, un dejo de soledad y cólera por el mundo que le tocó sentir. O a lo mejor andaba en sus días y yo, como siempre, pienso que las cosas que son tristes lo son porque un violinista nórdico las inventó el día que su abuela le contó el cuento más gris de su existencia al leerle los pozos del café.

Los niños de inmediato la vieron. No dijeron nada, comieron un poco más felices y, para fortuna de sus padres, más serenos. De pronto pude oír hasta el gooool del equipo, pero a pesar de que yo rogué que dijeran de quién había sido, no pude saberlo. La vanidad y la apatía de ver lo que ya se espera ver tiene sus desventajas.

Me paré al baño y cuando regresé, el papá de los engendros ya estaba en la caja pagando mientras la madre se desdoblaba en tres para aplacar a su prole. Les limpió sus fauces con una caricia delicada, La Bella y los Bestias en el restaurante y yo sin pagar mas que mi agua de horchata sin hielo y mi memela.

Todo marchaba en orden hasta que reapareció la payasita con sus globos. El menor la espetó con una pregunta digna del énfasis de un niño-emperador:

-¿Y mi globo?

Los que estábamos por ahí volteamos a ver la escena. Supongo que es parte del morbo dominical ver una imagen acartonada y tierna que nos haga decir "aaaaaay, qué lindo, cuerillooo, cosiiiita, ternuriiiita".

Pero no.

La payasita se paró con las piernas separadas, en actitud de un cow-boy de los buenos tiempos -No puedo darte uno, no pagaste tu comida con tarjeta de crédito.

El niño se quedó boquiabierto y voltea a ver a su mamá -A mí no me miren así, no me dijeron nada -contestó la madre como si ella fuera la alumna regañada y su hijo el decano de la universidad más nice de todo México-.

-Pero yo tengo dinero -le dijo el niño a la payasita de sonrisa de metal.

-¿Acaso tienes tarjeta de crédito? -ésta vez el niño fue un transformer desarmado.

-No.

-Entonces no te puedo dar el globo, éstos son para los que pagan con tarjeta de crédito.

-Pero puedo pagártelo -le contestó el niño con aire retador.

-Ah, ¿traes efectivo? -y otra vez el niño se quedó sin palabras.

-No.

-Entonces, ¿cómo vas a pagarme el globo? -y aquí fue cuando creí que ella era la hija en 3D de Krusty El Payaso o que de perdido era la novia no conocida del payaso de la película Esso- Si no tienes tarjeta ni dinero, no te puedo dar nada, así funciona la cosa, m'hijo.

La mamá arreó a su hija la segunda, quien ya estaba preparándose para defender (como siempre, las mujeres al rescate) a su hermanito en problemas. Les dijo algo a los tres mientras les daba empujaditas tiernas en la espalda. Las dos mayores entendieron. Pero el menor no.

-Voy a traerte mis diez pesos y el dinero que mi hermana me va a prestar y te compraré ese globo, al rato vendré.

La payasita nomás les daba avión diciéndoles un sí meloso que en su boca sonaba aberrante por contrastar con su caracterización y su personaje perversón. Porque, ¿acaso no es perverso traer al mundo de las divisas, la lana, el billete de plástico, las monedas que huelen feo, a una criatura que aunque malcriada no deja de ser inocente?

La gente guardaba silencio. La payasa de Esso se puso a mover sus barcas-caderas con amenazante canotaje por el pasillo que da hacia el zaguán del restaurante, mientras iba ofreciendo sus dos globos horrorosos a la gente que comía.

-¿Quieres un globo? -me dijo y yo cerré la boca que descubrí mantuve abierta en todo lo que duró el sketch.

-No, gracias -le dije con la voz entre mis traumas, mis miedos al payasito ése de las películas (dejé de odiarlo cuando soñé que asustaba a las monjas del colegio), mi incredulidad ante el descubrimiento de que Krusty no es un ser ficticio, sino uno muy real.

La payasita se fue al WC. Yo tenía ganas de ir también, pero preferí ir en el Teatro de la Ciudad. No era miedo, más bien fue aversión. Una que me hace ver cuán lejos estamos los humanos de sensibilizarnos ante los ojos de la inocencia, aunque muchas veces a ésta le dé por engendrar niños malcriados. Estoy segura que ninguno de los tres sería capaz de jalar del gatillo de la pistola que va matando de a poquito las intenciones por las que los niños deciden nacer (dar alegría, caos, amor).

Y a todo esto... ¿por qué me ofreció globos si yo no iba a pagar con tarjeta de crédito?

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