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jueves, 29 de enero de 2009

Bon Anniv, abue!


Naciste un 29 de enero de 19 no sé qué. Pero era entre el tres y el siete. Fuiste el mayor. Acuario como eras, decidiste dedicarte a ser pintor. Y te inscribiste en la Academia de Pintura, la que ahora es Artes Plásticas de la UAC. Rubén Herrera, el gordito de cabello rizado que aparece al centro, fue tu maestro. A él le debes las técnicas depuradas al carbón que hicieron de la imagen de la Inmaculada Concepción mi pintura favorita: te veo ahí, te siento mío. Saqué los dedos como ella, dice mi mamá, tu hija la menor. Yo digo que saqué tu espíritu volátil: no me hallo en este mundo mas que escribiendo todo el tiempo y dibujando cuando nadie me molesta. O cuando soy feliz.

Mamá dice que eras muy guapo. Yo pienso que además de ello eras como de otro mundo. Sólo a ti se te habría ocurrido ponerte en la extrema derecha de la foto y con la pose de Napoleón Bonaparte para eternizar tu generación, allá por 1926. Estudié muchos archivos y creo que perteneciste a la tercera generación de los pintores que egresaron de la Academia, la que se reunía en la Pinacoteca del Ateneo Fuente enmedio de pisos que evocan a una Belle Époque que ningún saltillense ha vivido en verdad porque no estamos en Francia: Saltillo es -y era mucho más en tus tiempos- un salto de agua pacífico que esconde turbulencias que acercan a la mística del arte con el desenfreno y la experimentación de dolores anímicos, como si de un maridaje de alcurnia se tratara.

Creo saber de dos dolores muy fuertes en tu mundo, abuelo: el primero, perder el piano que tu nana -como le decías a mi bisabuela- mandó vender en venganza por casarte con la leona Josefina (quien resultó ser una piscis del 5 de marzo, ¿te contó mamá?) a quien nunca pudo ver. El otro dolor fue tener que dejar la pintura para mantener a tu familia. Y te volviste el dueño de la panadería La Espiga, especializada en hacer pan gourmet. Supongo que debió dolerte adornar efímeras obras de arte, destruidas al contacto de la lengua y la saliva de algún panero irresoluto. La gente extraña tu pan. Yo te he extrañado desde que supe que exististe y no me tocó conocerte. Moriste cuando mamá era una adolescente. Yo ni en planes estaba siquiera.

Por eso envidio secretamente a mis primos los mayores, los cincuentones: a ellos sí los inmortalizaste en el cuadro de la virgen que cuelga sobre la pared de mi sala. Son los ángeles que rodean a una María que se ve más sensual que cualquiera otra que pudieras ver, supongo que por la inocencia con la que la pintaste. Dicen que expusiste en México. Es una lástima que no se sepan bien los detalles.

Tus cuadros andan regados entre mis tíos. El niño del cordero está con tía Rosa. Las ninfas, con tío Mayo. Y los otros cinco o seis con el resto de los tíos. Muchos los vendieron a tu muerte. Algunos otros se perdieron. Morir es igual a no saber lo que legas y dónde queda ese legado. Yo por lo menos tengo esta foto tuya y ese cuadro. Y unas ganas infinitas de vivir arte antes de volverme un robot consumidor. Me llueven piedras a veces. Pero es en ese momento cuando saco esta foto -la traigo en todos mis usb's, en mi celular y hasta en un cuaderno- y miro tu pose que para mí es como un canto a la victoria.

Y como es el vigésimo sexto cumpleaños que no estamos juntos aquí en carne y hueso, yo te quise hacer este pequeño texto para que veas que sí me acuerdo que existes. Y cómo no hacerlo, si por tí ando donde estoy...

Feliz cumpleaños, Francisco Hernández-Ferman.

Tu nieta la menor de todas (y de todos),

Marlén

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